Es significativo el título que
Camus elige para esta breve pero intensa novela. El extranjero del que Camus
habla no tiene nada ver con la nacionalidad del protagonista o con que se
encuentre fuera de su lugar de origen.
La idea que
aquí se quiere transmitir es la de algo que se estaba produciendo en los años
en que escribió la novela. El siglo XX ha sido un siglo cargado de migraciones.
Unas, hasta cierto punto, voluntarias, buscando una vida mejor, con mayores
oportunidades, buscando la ganancia económica con vistas a regresar al país de
origen con los ahorros generados. Las otras, las que nos interesan, obligadas.
El siglo comienza con la Revolución Rusa de 1905, sigue la Primera Guerra
Mundial del 14 y mientras ésta se desarrolla, la Revolución Rusa del 17. Cuando
parecía superado este comienzo turbulento del siglo, (cuando en España se abría la ilusión de que
el sistema democrático podía funcionar con el advenimiento de la Segunda
República, estalla nuestra última Guerra Civil, con las desastrosas
consecuencias a nivel general y filosófico en particular, que ya todos
conocemos). Nada más finalizar nuestra guerra, comienza la Segunda Guerra
Mundial, con el genocidio nazi o la barbarie de Hiroshima y Nagasaki. Después,
el mundo queda constituido en bloques que representan lo peor de los
vencedores, GULAG e Imperialismo provocan millones de asesinados y desplazados.
Hasta nuestros días llegan las resonancias de la Guerra Fría en zonas como
Oriente Próximo o la antigua Yugoslavia. Por no mentar los conflictos en Asia o
África. La población mundial ha crecido como nunca antes lo había hecho y con
ella han aumentado los conflictos bélicos y con éstos los desplazamientos
masivos de personas perseguidas que huyen de una muerte segura. El belicoso
siglo XX, con sus regímenes autoritarios y totalitarios han provocado
innumerables exilios, la mayor parte de ellos de gente anónima y de personas de
todas las profesiones. Dentro de estos exilios, los pensadores no han sido una
excepción. Si cabe, a ellos les ha sido mucho más necesario abandonar sus
lugares de origen ya que suponían una amenaza mayor para sus gobiernos. Para
éstos era necesario acallar sus voces críticas, de ahí el puente de plata que
se les ofrecía a los que no estuvieran de acuerdo con el régimen establecido.
El continente americano se convirtió en lugar de acogida para todos estos
exiliados de la Europa en guerra. Sirven de ejemplo los miembros de la Escuela
de Frankfurt, del Círculo de Viena, etc.
Pero no es
este el extranjero que le interesa a Camus, sino el extranjero interior, aquel
que no pertenece a la comunidad en la que ha nacido ni a ninguna, aquel que con
la radicalización de la individualidad provoca que el individuo no tenga unos
valores comunitarios a los que agarrarse. Por supuesto que en el momento de
escribir esta novela no se habían conocido los efectos completos del
Holocausto, aunque algo ya se barruntaba, ni se habían producido la mayor parte
de los hechos descritos más arriba. Pero lo que se estaba fraguando era una
nueva dimensión de lo extranjero, es decir, ser extranjero de la propia
humanidad, de uno mismo, no pertenecer a ninguna comunidad, no sentirse
identificado con los valores morales predominantes, no haber asimilado como
propios los principios de bueno y malo, entre otros, y no llegar a
distinguirlos. Ser extranjero de la humanidad supone quedarse sin la tierra de
los valores de la comunidad, comunidad que tanto inquietó a Heidegger. Ya
Ortega había descrito cómo podía uno acercarse a que significa vivir:
1. Como primera aproximación diremos que la vida es lo
que somos y lo que hacemos. El conjunto de actos y de sucesos que la van
amueblando. Lo que Meursautl nos cuenta en la primera parte de la novela es
precisamente este vivir.
2. Vivir es esa extraña realidad única que tiene el
privilegio de existir por sí misma. Todo vivir es vivirse, saberse existiendo.
Es un descubrimiento incesante que hacemos de nosotros mismos y del mundo en
derredor. Vivir es saberse, locura es estar fuera de sí, ido.
3. Vivir es encontrarse en el mundo (dasein
heideggeriano)- “nuestra vida consiste en que la persona se ocupa de las
cosas o con ellas, y evidentemente lo que nuestra vida sea depende tanto de lo
que sea nuestra persona como de lo que sea nuestro mundo” nos dice Ortega
en ¿Qué es filosofía?
4. Pero el vivir no es elegido por el sujeto sino que se
encuentra a sí mismo caído en la vida, proyectado, arrojado. Esta es la
perpetua sorpresa de existir, “nos encontramos la vida al encontrarnos a
nosotros”. Por ello, vivir es elegir entre varias posibilidades:
·
Vida es libertad
en la fatalidad y la fatalidad en la libertad
·
Nos hacemos
mientras vivimos.
Desde
esta concepción del vivir parte el protagonista de la novela de Camus. El
hombre, a la luz de esta metafísica de la vida
humana como realidad radical, es el animal “inadaptado” y “extranjero” en el sentido de que su patria no es ya la
que Heidegger nos describe en su “Construir, habitar, pensar” donde se produce
la ontologización del espacio originario considerando la Tierra como la
justificación del nacionalismo de la tierra y la lengua germánicas. Ortega, hace residir la extranjería en la
exposición del hombre al vivir, en la aceptación de la vida como de ese
acontecimiento dramático. Aquí se unen Nietzsche y Ortega en su defensa del
vitalismo, superando el análisis existenciario heideggeriano de muerte y
angustia como características de la auténtica conciencia. La vida no será pues,
únicamente vista como angustia sino que la vida será empresa.
Esta
concepción de la vida, a la que tanto debe el existencialismo, es fundamental
para comprender las motivaciones que mueven a Meursautl. Realicemos una pequeña
sinopsis de la novela.
Meursautl
recibe la notificación de la muerte de su madre en el asilo en el que estaba
internada y, desde el principio, comprobamos la indiferencia que el
protagonista siente por este hecho. Actúa como se debe actuar según los cánones
establecidos, es decir, lo notifica en el trabajo, acude al velatorio y al
entierro y vuelve a su vida rutinaria y placentera. En esta primera
aproximación a la muerte, la ajena en este caso, Meursautl actúa formalmente
como se espera de él. Sin embargo, su comportamiento nos inquieta porque no
demuestra dolor ni compasión sino más bien indiferencia. Desde que parte hacia
la residencia hasta que vuelve a su rutina su actuación está encaminada a
satisfacer sus necesidades más primarias. Se hace hincapié en las sensaciones
como el sueño que le vence, el hambre, el calor que padece cuando se dirigen al
cementerio. Meursautl tiene que satisfacer estas necesidades primarias al modo
en que nos dice Eladio Linacero, protagonista de El pozo de Juan
Carlos Onetti: “Hace un par de años creí haber encontrado la felicidad.
Pensaba haber llegado a un escepticismo casi absoluto y estaba seguro de que me
bastaría comer todos los días, no andar desnudo, fumar y leer algún libro de
vez en cuando para ser feliz. Esto y lo que pudiera soñar despierto, abriendo
los ojos a la noche retinta”.
Meursautl
parece contentarse con esto que Linacero nos cuenta y así nos lo va narrando en
la primera parte. Cuando siente hambre come, cuando le apetece bajar a la playa
baja, cuando le apetece estar con una mujer busca a Marie, con la que está
dispuesto a casarse a pesar de no amarla. Aquí podemos ver como incluso su
madre, sola en el asilo, había entablado una fuerte amistad, un verdadero amor
con Thomas Pérez, quizá porque ella pertenecía a otra generación que sí
necesitaba no sentirse extranjera y que buscaba en el otro su propia felicidad.
Vivir, en este sentido, no es más que ir dejando pasar los minutos, las horas,
hacer lo que va viniendo.
Así nos cuenta
como conoce a Marie el día después del entierro de su madre y como se va
desarrollado esta relación. Nos cuenta como es su día a día en la oficina donde
trabaja, que aunque pueda parecer una vida gris, a él le basta. Nos cuenta con
la misma indiferencia sus conversaciones con los vecinos, casi todos solos o en
compañía de sus mascotas, como el viejo Salamano, cuya única razón de existir
es la compañía de su perro enfermo tan decrépito como su amo. Nos cuenta como
se convierte en camarada de Raymond, no porque le seduzca sino por
indiferencia. Nos cuenta como esta relación de camaradería es la que le lleva a
pasar el día libre en la playa, cómo se produce el altercado con los árabes que
perseguían a Raymond por vejar a la hermana de uno de ellos, cómo hieren a
Raymond y cómo mata con la pistola de éste al árabe. Es la segunda aproximación
a la muerte, sólo que en este caso, Meursautl es el que la provoca. Dispara
cinco balas sobre su adversario, primero una, y después cuatro más sobre el
cuerpo inerte. Ni siquiera está seguro de la razón que le lleva a apretar el
gatillo. Simplemente el calor le oprimía las sienes. Como nos dice más adelante
lo mata porque hacía mucho calor. Es un asesinato absurdo, sin causa, sin
motivo. Es lo que hace en ese momento sin pararse a pensar mucho en ello. Es
una acción sin justificación, salvo la climatológica y la causa de su
desgracia. Vemos otra vez a Meursautl guiado por sus sensaciones.
La segunda
parte de la novela es la narración de el proceso que lleva a Meursautl a ser
condenado a muerte y una detallada exposición de sus pensamientos entre rejas.
No tiene sentimiento de culpabilidad, no considera haber realizado ninguna mala
acción, no es consciente de haber acabado con la vida de otro hombre ni de las
consecuencias morales que aquello puede acarrear. En un principio, encerrado en
la cárcel, piensa como un hombre libre. Más tarde se dará cuenta de que no es
libre. ¿Lo era antes de acabar con la vida del árabe o se trata más de la
absurda libertad que Camus narra en el Mito de Sísifo?
Son ilustrativas
las conversaciones que mantiene con el juez que instruye el caso. Meursautl no
demuestra ni arrepentimiento ni bondad alguna. Lo que ha hecho, hecho está y no
se le debería dar más vueltas. El juez no entiende la postura de Meursautl.
Incluso le acusa de que, al no mostrar ningún arrepentimiento, ni miedo a las
consecuencias de sus actos, no sólo a las consecuencias que la justicia
ordinaria humana le prepara sino a las divinas, le acusa digo de quitarle el
sentido a la vida. Meursautl no encuentra porqué la vida ha de tener sentido y
niega que sea necesario encomendarse a Dios para encontrar consuelo y
arrepentimiento. Es más, hablar sobre el asunto de su crimen le provoca
aburrimiento y ni siquiera se acostumbra a considerarse a sí mismo como un
criminal. Algo muy parecido tenemos en una obra de teatro de Camus, poco
posterior a ésta, titulada El Malentendido. Esta obra ya es
esbozada por Meursautl cuando nos narra que uno de los pocos consuelos que
tiene en la cárcel es la lectura de un recorte de periódico que ha encontrado
en su celda donde se relata la noticia que compone el argumento de la que luego
fue obra de teatro. En esta obra y en la noticia que Meursautl nos relata, una
madre y una hija que regentan un hostal se dedican a matar a aquellos viajeros
solitarios y con dinero para salir de la vida que llevan y viajar a algún lugar
donde haya sol. Matan sin remordimientos, viendo claramente que el fin
justifica los medios. A la posada que regentan madre e hija llega Jan
acompañado por su mujer María. Jan es el hijo y el hermano de las posaderas,
que se marcho veinte años atrás cansado de la vida que allí llevaba para hacer
riqueza y que no ha vuelto a pasar a visitar a sus parientes. Sin embargo, Jan
siente la necesidad de hacer felices a su madre y a su hermana y sacarlas de
esa vida de miseria. Mientras Jan prepara el modo de presentarse a sus
familiares, madre e hija planean matarle para quedarse con su dinero. La misma
noche de la llegada, Jan, que había pedido a su mujer que se hospedase en otro
lugar para tener intimidad con su madre y con su hermana, toma habitación y es
asesinado por éstas y arrojado al río. Hay un detalle a tener en cuenta. Junto
con la madre y la hija hay un criado anciano que apenas oye, no habla y sin
embargo observa todo cuanto acontece. Este criado recoge el pasaporte caído de
Jan mientras es arrastrado por su madre y por su hermana para ser arrojado al
río. A la mañana siguiente, entrega el pasaporte a la hermana y así se desvela
la verdadera identidad del asesinado. Al
conocer la noticia, la madre se tira al río y la hija se suicida en su cuarto.
Enterada María, mujer de Jan, de lo sucedido, y buscando consuelo se encomienda
a Dios. La respuesta que obtiene es la aparición del anciano criado preguntando
si le había llamado. María le pide ayuda y clemencia. El anciano responde: no.
La figura del anciano que casi no ve, casi no habla, que siempre observa y se
niega a pedir ayuda es una clara referencia a Dios.
En esto
consiste la falta de interés de Meursautl por lo que el juez le cuenta sobre
Dios. No tiene tiempo para pensar en un Dios como el anciano criado. Le es
indiferente que observe, que exista o que no. Nada cambia por ello. La moral
cristiana, que ha transmitido los valores de bueno y malo y que ha propuesto su
propio modelo arquetípico de hombre como vimos más arriba, no tiene sentido
para Meursautl.
Cuando llega
el juicio Meursautl tiene que asistir a él como algo ajeno. Se supone que es el
protagonista de ese acto y nadie le pide opinión. Es otra vez extranjero de la
decisión que sobre su vida se va a tomar. Allí se le juzga más que por el
asesinato que ha cometido, por su actitud de vida, por su indiferencia por la
muerte de su madre, se buscan testimonios que acrediten esta extraña conducta
para acusarlo de ser un hombre sin sentimientos. En el juicio, como en las
charlas con el juez, como en la playa, el calor es un protagonista más de la
historia. Exapera y agota. Finalmente se le condena a ser decapitado. Esta es
la tercera aproximación a la muerte, esta vez, la propia. La condena a muerte
hace que Meursautl reflexione sobre su vida, su sentido, o más bien su sin
sentido. Las cosas le acaecen sin que él tenga mucho que decir sobre el asunto.
Negándose a
recibir al capellán de la prisión es como otra vez se nos plasma el absurdo del
sentimiento religioso como refugio para dar sentido a la vida. El capellán,
ante la negativa de Meursautl, se presenta en la celda convencido de que puede
encontrar algo de compasión y arrepentimiento en el reo. Lo que encuentra nada
tiene que ver con eso. Meursautl le dice que no tiene tiempo para pensar en
algo que no le interesa. Aunque entiende que otros se giren hacia Dios en
situaciones similares a él eso no le hace ninguna falta y que afrontará la
muerte del mismo modo en que esta afrontando la situación actual, es decir,
como venga. Ante la insistencia del
capellán, Meursautl pierde los estribos y lo zarandea y le grita su punto de
vista:
-... ninguna de sus certezas valía lo que un cabello
de mujer. Ni siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un
muerto. Me parecía tener las manos vacías. Pero estaba seguro de mí, seguro de
todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esta muerte que iba a llegar.
Sí, no tenía más que esto. Pero, por lo menos, poseía esta verdad, tanto como
ella me poseía a mí. Yo había tenido razón, tenía todavía razón, tenía siempre
razón. Había vivido de tal manera y hubiera podido vivir de tal otra. Había
hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había
hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado
este minuto... y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada
tenía importancia, y yo sabía bien por qué. También él sabía por qué. Desde lo
hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía
hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y este
soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más
reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaban la muerte de los otros,
el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los
destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y
conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos!
¿Comprendía, comprendía pues? Todo el mundo era privilegiado. No había más que
privilegiados. También a los otros los condenarían un día. También a él lo
condenarían. ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber
llorado en el entierro de su madre? El perro de Salamano valía tanto como su
mujer. La mujercita autómata era tan culpable como la parisiense que se había
casado con Masson, o como María, que había deseado casarse conmigo. ¿Qué
importaba que Raimundo fuese compañero mío tanto como Celeste, que valía más
que él? ¿Qué importaba que María diese hoy su boca a un nuevo Meursault?
Comprendía, pues, este Condenado, que desde lo hondo de mi porvenir... Me
ahogaba gritando todo esto. Pero ya me quitaban al capellán de entre las manos
y los guardianes me amenazaban. Sin embargo, él los calmó y me miró en
silencio. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se volvió y desapareció. (pág.
122 de la edición de Alianza)
Esta es la
visión en la que Meursautl se mueve. Se vive condenado a elegir, elección que
no evitará la otra condena, la muerte. ¿Qué más da lo que se haga o lo que se
deje de hacer? La sentencia está dictada desde el mismo día del nacimiento.
Esto lo entiende hasta el capellán. Por eso se va con los ojos llenos de
lágrima. Eso lo supo el Don Manuel de Valverde de Lucerna y Lázaro y hasta
Ángela Carballino. Porque como nos dice Unamuno, “...bien sé que en lo que
se cuenta en este relato no pasa nada; mas espero que sea porque en ello todo
se queda, como se quedan los lagos y las montañas y las santas almas sencillas
asentadas más allá de la fe y de la desesperación, que en ellos, en los lagos y
las montañas, fuera de la historia, en divina novela, se cobijaron.” Esta
es la esperanza que se abre con la divina novela, perdurar en el tiempo tanto
personajes como autor.
Esta
nihilización del pensamiento es lo que hace al sujeto ajeno a su propio ser. La
consecuencia de la muerte de Dios, de la desvalorización de los valores, trae
consigo la indiferencia hacia el camino a seguir. Este es el hecho que Camus
denuncia. El hombre se ha convertido en algo absurdo, aislado, sin posibilidad
de comunicación con el resto de sus congéneres, sin puntos de unión con ellos.
Se está junto a ellos pero no se llega a comprender exactamente qué significan
para nosotros. El individuo vaga desarraigado de sí mismo, extranjero de sí
mismo, exilado de la humanidad.
En la novela
de Camus encontramos ese paso de la novela a la razón histórico-narrativa que
tiene el punto de vista puesto en ese realidad radical en la vida, en el
historicismo propio. Como Ortega nos sugiere, “para comprender algo humano,
personal o colectivo, es necesario contar una historia”. Por eso, la literatura
tiene tanto que decir como la filosofía. Al fin y al cabo, Nietzsche ya nos
había advertido que el arte era más verdadero que la verdad.
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