miércoles, 5 de abril de 2017

LA IGNORANCIA

La ignorancia consiste en, además de no saber, no querer saber. El ignorante se encastilla en su ignorancia y no acepta que nadie le haga ver que su desconocimiento es lo que lo define.  Es una cuestión de voluntad, cree que sabe y por ello vive en la creencia, no en la sapiencia.

De ahí que la ignorancia y la estupidez vayan de la mano tan a menudo. ¡Qué tiempos en los que el ignorante era consciente de su ignorancia y, avergonzado, se acercaba a aquel que podía apartarle de ella!

¿Es posible luchar contra la ignorancia hoy?
Definitivamente NO. Las influencias recibidas por el entorno que crean las sociedades capitalistas hacen que el imbécil se regodee en su imbecilidad. Busca respuestas cortas y concretas y elude las preguntas puesto que le causan un profundo malestar. Ser ignorante hoy sobre aspectos básicos, es decir, que están a la base de otros conocimientos, no tiene justificación. El que ignora algo es porque no se ha preocupado ni lo más mínimo por salir de su estado de desconocimiento.

Hay innumerables bibliotecas que disponen de grandes obras sobre cualquier saber. A acceder a ellas ayuda que el sistema educativo se ha convertido en el único derecho obligatorio y de él se pretende, al menos, que el que pase por él salga sabiendo leer.

Existe internet y, si bien su uso depende de la disponibilidad de aparatos tecnológicos de elevado coste, se puede acceder a ellos a través de la red de bibliotecas públicas. Esto implica que cualquiera pueda acceder a la información y al conocimiento que se encuentra en la red. Como en cualquier otra época, el saber no viene hacia nosotros sino que somos nosotros los que  tenemos que ir a buscarlo. Conocer supone acción por parte del sujeto. Sin embargo, la pasividad es el rasgo definitorio del individuo actual. Ha sido entrenado para recibir “información” a través de los medios de comunicación (control) de masas, donde se convierte en receptor de la realidad que le han fabricado para su consumo.

La pregunta es obligada: ¿Qué quieres ser? ¿ignorante? 

domingo, 2 de abril de 2017

“LA ENSEÑANZA DE UN SENTIDO CRÍTICO” por John Passmore

Este capítulo pertenece a la obra conjunta titulada Educación y desarrollo de la razón escrita, además de por el propio Passmore, por R.F. Dearden y otros autores, publicada en español en el año 1982. Es importante tener en cuenta la fecha de la traducción pues, en estos años, se comenzaba a hacer imperiosa la necesidad de reconstruir el sistema educativo español para amoldarlo a los vientos de cambio que la transición a la democracia había traído.

En este texto, Passmore va hilando con una precisión digna de un cirujano la necesidad y la dificultad de enseñar un sentido crítico en la escuela. Otorgándole a cada término su significado, diferenciando entre desarrollar destrezas o hábitos,  entre adoctrinamiento, entrenamiento o instrucción como métodos que la educación se ha apropiado, compone la idea fundamental de que para desarrollar un pensamiento crítico en los alumnos, para poder enseñar el sentido crítico, es necesario combinar la instrucción, esto es, la adquisición de conocimientos a la manera clásica de la tradición, con el cuestionamiento continuo sobre esa misma tradición, sobre su origen, sobre la ideología que fundamenta su enseñanza, pasando del ejercicio al problema, del entrenamiento a la crítica. Para ello, el propio profesor debe ser un ejemplo de actitud crítica, de cuestionamiento constructivo (creativo lo llama Passmore) sobre su propia labor y la de sus estudiantes. Passmore relaciona el tipo de sistema político con el tipo de crítica que es aceptado en cada sociedad, desarrollando aspectos críticos en sus ciudadanos sólo contra el que no se adapta a la opinión dominante. También, en las sociedades democráticas se intenta unificar al profesor y, por tanto, la enseñanza del sentido crítico. Lo que Passmore propone es enseñar una formación común a todos los estudiantes en las diferentes disciplinas pero haciendo hincapié en la necesidad de enseñar a ser críticos siendo críticos, de modo que en la búsqueda de razones que intenten fundamentar la crítica se lleve a cabo el aprendizaje no sólo de crítica sino de la materia a sobre la que se ejerce la crítica.

Creo que Passmore pone el dedo en la yaga cuando habla de la necesidad de desarrollar el sentido crítico, no sólo en los alumnos sino también, en el profesorado. Difícilmente podrá el profesor enseñar algo que desconoce, servir de ejemplo de una actividad que nunca practica. El profesor es una pieza fundamental para encender la llama del inconformismo que mueve toda crítica, toda búsqueda de explicaciones. Cuando la explicación canónica no acaba de convencer al que la recibe se hace necesaria la pesquisa, la búsqueda de errores y las nuevas salidas por las que escapar. El profesor ha de ser el incitador de la duda una vez que ha acabado la lección. Debe dejar puertas abiertas por las que dejar fluir el pensamiento y el aire. De este modo habrá no sólo instrucción sino también educación. Se aprenderá a aprender y a cuestionar lo aprendido en  una continua búsqueda de razones que fundamente la necesidad de su aprendizaje o de su olvido. Se entrará en el juego de aprender para después cuestionar, discernir y discriminar lo aprendido. Los alumnos así educados no serán simples depósitos de conocimientos más o menos formales, más o menos útiles, más o menos adoctrinadores. Tendrán como herramienta fundamental la capacidad de enjuiciar todo lo que les acaece, distinguiendo entre lo elegido y lo impuesto.


De la importancia fundamental del maestro y de su capacidad crítica se hace eco Passmore y señala una situación que no quiero pasar por alto. Es lo que llama el énfasis en la formación del profesorado en las sociedades democráticas. Al margen de los problemas reales que él señala,  se ha producido un agrandamiento del énfasis llegando a desarrollar unos estudios específicos de postgrado para la formación de profesores de todas las disciplinas y obligatorios para el desempeñó de esta profesión que ponen su atención no en la instrucción y el sentido crítico sino en el desarrollo de hábitos, competencias y destrezas por parte de profesores y alumnos, manteniendo criterios unificadores que impiden, en gran medida, el desarrollo del sentido crítico del profesor imprescindible para la transmisión hacia el alumnado. La formación del profesorado debería ir encaminada, a mi juicio, no en repartir una serie de técnicas o recetas psicopedagógicas que “faciliten” el trabajo diario sino a la comprensión de su propia labor a través de un ejercicio de razón crítica, ejercicio que ayudaría a concienciar al profesor sobre las implicaciones que su tarea conlleva. Se trata de conseguir un profesorado más consciente, conocedor de su ámbito de trabajo además de su propia disciplina, capaz de despertar ese mismo sentido crítico en sus alumnos independientemente de la materia que imparta. Para conseguirlo, la filosofía debe jugar un papel en los planes de estudio  de la formación del profesorado mucho mayor del  que ahora desempeña.

sábado, 1 de abril de 2017

“LA MEDIACIÓN DEL MAESTRO” por María Zambrano.


Nos recreamos ahora con un artículo escrito por María Zambrano en 1965 y que ha sido publicado en la obra Filosofía y educación. Manuscritos,  una recopilación de artículos publicados y manuscritos aún sin publicar hasta la edición realizada por Ángel Casado y Juana Sánchez-Gey.  Es importante señalar la fecha,  pues estamos en la antesala del 68 francés, resultado de la crisis de la que tres años antes nos habla Zambrano.

Para ella, la crisis reside en la crisis de la mediación. La mediación está a la base de la vida, porque vivir es mediación. Para analizar esta crisis es necesario conocer la tradición, la historia, de modo que así desvelaremos su falta de novedad. Rechazar la tradición  nos hace, además de ignorantes, tener que partir de cero y errar en los diagnósticos por no tener en cuenta las mediaciones de otras personas, de otros tiempos y lugares. Por esta razón, es imprescindible contemplar la figura del maestro como mediador entre el conocimiento y la ignorancia a través de su presencia y su palabra, rompiendo el silencio previo y ofreciéndose en un acto sacrificial para que la mediación se produzca. El profesor no debe dimitir de su vocación de mediador. Esta mediación consiste en encender la llama en el alumno para que se “le revele la pregunta que lleva dentro agazapada”, consiste en ser aquel ante el que se pregunta el alumno, consiste en una conversión, en despertar de la ignorancia, en provocar, en definitiva, el diálogo.

En esto consiste la tarea mediadora del maestro según María Zambrano. De aquí podemos destacar varias ideas. Por un lado, la necesidad de apoyar las respuestas a la crisis en la tradición convierte en necesidad el conocimiento de esa tradición. La figura del maestro cobra especial importancia por ser él el encargado de transmitir esa tradición, ese conocimiento. Esto debe ser así para no partir de cero sino para aprender del pasado, para comprender el presente y poder así emprender el futuro. Y nadie mejor que el maestro para ejercer de mediador entre los tres momentos. En la actualidad se prima la adquisición de competencias sobre los contenidos, e incluso suelen enfrentarse ambos conceptos, olvidando que el desarrollo de las competencias es una consecuencia de la adquisición de los contenidos por parte del alumno, siempre y cuando éste no se haya limitado a memorizarlos para el examen, olvidando prácticamente todo en el instante posterior. Si algo se aprende, se comprende, nos deja prendidos (y a veces prendados), nos empapa. Por ello, adquisición de contenido y desarrollo de competencia están fuertemente ligados, comprendidos la una en el otro. Cuando el currículo no hacía mención de las competencias básicas, éstas se adquirían igualmente, haciendo válido el principio de que la cosa es anterior a su nombre, existiendo antes de ser nombrada. El que en la actualidad se destaque la competencia es importante, pues su desarrollo constituye un objetivo del sistema educativo. Pero no hay que enfrentar la competencia al contenido sino co-implicarlos, pues son dos nombres que definen un mismo proceso. Ante la expresión contenidos versus competencias, sería mejor decir que los contenidos versan sobre las competencias y viceversa, contenidos y competencias conversan. No es esto contra aquello, ni el unamuniano contra esto y contra aquello, sino esto y aquello, otorgándole a la "y" su pleno valor conjuntivo y copulativo, engendrador de nuevas realidades más plurales.


Esto es lo que María Zambrano deja entrever en este artículo, la importancia de mediar entre la tradición y el presente. Si la mediación entra en crisis, la crisis se perpetúa y la solución se aleja. La solución se encontrará entonces en la educación, pero no en la educación resultante del idealismo hegeliano que educa para el Estado, sino que se tratará de una educación mediadora donde lo que se persigue es el desarrollo de la existencia humana. Creo que esta es la más valiosa lección que Zambrano nos brinda en este artículo, la de educar para desarrollar personas, no para fabricar útiles y utensilios para el desarrollo del Estado. Y en esta tarea el maestro desempeña la tarea fundamental, pues a través de su intermediación posibilitará que surja la pregunta, la inquietud, la insatisfacción, la ilusión y el desasosiego del alumno. No sólo transmitirá un saber específico sino que enseñará a descubrir y a anhelar un conocimiento que él sólo insinúa y alude tangencialmente. Transmitirá al alumno la necesidad y la responsabilidad de ser él el que debe continuar en la búsqueda de aquellas respuestas aún no encontradas. Es a esto a lo que se refiere Zambrano cuando habla del compromiso de maestro y alumno, de su imposibilidad de dimitir. Ambos tienen que asumir su papel: el maestro haciendo saltar la chispa del fuego que el alumno debe avivar y mantener. Si esto se produce tal como hemos descrito, se abrirá una de las pocas vías por las que se puede llegar a encontrar solución a la crisis, el diálogo, la razón compartida y repartida entre todos aquellos que asuman su destino, su vocación y su condición de persona.

Reflexión docente


Vamos a tomarnos esto de dar clase con un poco de humor berlanguiano.





Marcuse: El hombre unidimensional y su vigencia

  Vamos a prestarle atención a una frase que Herbert Marcuse nos regala en una obra que lleva por título El hombre unidimensional escrita ...