El siglo XX (como lo está siendo el XXI) ha sido un siglo cargado de migraciones. Unas, hasta
cierto punto, voluntarias, buscando una vida mejor, con mayores
oportunidades, buscando la ganancia económica con vistas a regresar
al país de origen con los ahorros generados. Las otras, las que nos
interesan, obligadas.
El siglo comienza con la Revolución Rusa de 1905, sigue la Primera
Guerra Mundial del 14 y mientras ésta se desarrolla, la Revolución
Rusa del 17. Cuando parecía superado este comienzo turbulento del
siglo, y cuando en España se abría la ilusión de que el sistema
democrático podía funcionar con el advenimiento de la Segunda
República, estalla nuestra última Guerra Civil, con las desastrosas
consecuencias a nivel general y filosófico y literario en
particular, que ya todos conocemos. Nada más finalizar nuestra
guerra, comienza la Segunda Guerra Mundial, con el genocidio nazi o
la barbarie de Hiroshima y Nagasaki. Después, el mundo queda
constituido en bloques que representan lo peor de los vencedores,
GULAG e Imperialismo provocan millones de asesinados y desplazados.
Hasta nuestros días llegan las resonancias de la Guerra Fría en
zonas como Oriente Próximo o la antigua Yugoslavia. Por no mentar
los conflictos en Asia o África. La población mundial ha crecido
como nunca antes lo había hecho y con ella han aumentado los
conflictos bélicos y con éstos, los desplazamientos masivos de
personas perseguidas que huyen de una muerte segura.
El belicoso siglo XX, con sus regímenes autoritarios y totalitarios
han provocado innumerables exilios, la mayor parte de ellos de gente
anónima y de personas de todas las profesiones. Dentro de estos
exilios, los intelectuales no han sido una excepción. Si cabe, a
ellos les ha sido mucho más necesario abandonar sus lugares de
origen ya que suponían una amenaza mayor para sus gobiernos. Para
éstos era necesario acallar sus voces críticas, de ahí el puente
de plata que se les ofrecía a los que no estuvieran de acuerdo con
el régimen establecido. El continente americano se convirtió en
lugar de acogida para todos estos exiliados de la Europa en guerra.
Sirven de ejemplo los miembros de la Escuela de Frankfurt, del
Círculo de Viena, etc. Los intelectuales españoles corrieron la
misma suerte. Gentes que habían consagrado su vida a la educación,
a la investigación, la ciencia y a traer a la península los nuevos
aires intelectuales que corrían por Europa y EEUU, tienen que
abandonar España durante la Guerra Civil del 36 y la dictadura
franquista.
El panorama intelectual que queda en nuestro país es desolador. La
filosofía que se imparte en las aulas es la filosofía vigente en el
siglo XIII, la escolástica. La modernidad es obviada o negada por la
clase dirigente. El librepensamiento, por el que tanto lucharon
personas como Giner de los Ríos, con su Institución Libre de
Enseñanza, entre otros, de la que se recogieron los más fértiles
frutos desde comienzos del siglo XX, motor de la filosofía y
espacio de debate intelectual, es perseguido. El pensamiento único
promovido por el Nacional-catolicismo, se impone de tal manera que,
en nuestro país, hay que esperar a la muerte de Franco y la
restitución de la democracia para que se pueda volver a estudiar
libremente autores vetados en los sistemas de enseñanza españoles.
Un gran número de intelectuales defensores de las corrientes de
pensamiento más progresistas se vieron obligados a abandonar a la
fuerza el país, teniendo siempre presente a España en sus obras.
Esta presencia hizo imposible evitar que la idea del regreso
estuviera siempre presente y que se convirtiera en una necesidad.
Para entender el momento actual de la historia y no estar
desprevenidos ante los movimientos de desplazamiento, exilio y éxodos
masivos que se producen hoy día es necesario hacer una retrospectiva
de lo que estos exilios han provocado tanto en los países de salida
como en los de acogida. Es necesario reflexionar sobre el exilio como
concepto filosófico, como materia de investigación filosófica que
alumbrará el conocimiento de los conflictos actuales. Atribuirle al
exilio una categoría filosófica indispensable para ahondar en lo
que los antropólogos han definido como naturaleza humana, cuestión
que ayudará a ampliar nuestra apreciación sobre la humanidad. Una
forma de comenzar esta retrospectiva es atender el caso español a
través de las reflexiones que suscita la lectura de la obra de
Francisco Caudet, El exilio republicano de 19391,
en concreto del capítulo primero titulado “La otra orilla”,
sirviéndonos esta lectura para proponer las reflexiones propias
engarzadas al discurso del autor.
En el exilio se
producen siempre al menos dos perspectivas, dos lugares desde donde
mirar, dos orillas. Este es el origen de la expresión que Francisco
Caudet examina en este capítulo. Los intelectuales exiliados
comienzan a sentir ambas orillas, tanto la que dejan y ven alejarse
desde sus barcos al emprender el viaje obligado, como la que observan
al llegar a su destino, a la que será su nueva casa. Entre medias,
una mar amarga. Emilio Uranga definió la idiosincrasia del mexicano
como un estar
“Nepantla”quiere decir entre dos aguas, o entre dos tierras,
quedarse a la mitad. Esta expresión bien podría valer para
ejemplificar cual es el estado emocional y físico del exiliado:
aunque físicamente se encuentre en una u otra orilla, siempre estará
en las dos al mismo tiempo, o a mitad de camino entre ambas. Este es
el proceso que Caudet investiga a lo largo del capítulo citado y que
me propongo comentar, al hilo de lo que nos va diciendo.
Caudet comienza
analizando la forzosidad que todo exilio conlleva. No es un retiro
voluntario sino la necesidad de huir de la tierra propia ante la
necesidad de conservar la vida. Esta huída es obligada por la
derrota del bando republicano durante la Guerra Civil. El resultado
de esta falta de voluntariedad por parte del exiliado es el
desarraigo, porque el exiliado es arrancado de la tierra que hasta
entonces le ha servido de sustrato. Además, este desarraigo es
consecuencia de una derrota, de un fracaso. El pueblo español ha
sabido convivir, durante los últimos siglos, con esta palabra, tan
cotidiana, tan compañera de sus andanzas. El mismo ideal quijotesco,
al que gran parte de los intelectuales españoles le habían dedicado
unas líneas e incluso, obras enteras, es el ideal de un fracaso. Lo
que Alonso Quijano intenta defender convertido en Don Quijote es un
mundo pasado, cargado de idealismo, mundo que ya no encaja en los
vientos racionalistas que recorren Europa durante el siglo XVII. Este
quijotismo, esta defensa del ideal por el que se ha luchado hasta la
derrota, es lo que el exiliado español lleva a la otra orilla. Y
desde este fracaso contempla lo que de estos ideales queda en España.
Desde aquí parte la reflexión que los intelectuales españoles
exiliados realizan sobre su propia situación, comenzando a analizar
qué es lo que les ha llevado a ella para exorcizar sus demonios y
que acaba derivando en una dimensión antropológica.
El exilio, como
nos recuerda Caudet, se convierte en un rito iniciático que es
imprescindible para conocer la naturaleza humana, llegando a
conocerse a sí mismo y a los otros a través de su condición de
exiliado. Es rito porque hay una mitificación de la tierra que se
abandona y se ritualiza la rememoración de esta tierra. El exiliado
mitifica su exilio, lo convierte en algo sobre lo que hay algo que
decir y sobre lo que es necesario escribir. Mitifica su propia
condición de exiliado, llegando a la conclusión de que el hombre,
en última instancia, cuando indaga sobre sí, cuando se pregunta por
su propio ser, por la esencia de su ser, tiene que reconocerse como
exiliado de la humanidad, como absolutamente solo frente a los otros
ya que los hechos externos se imponen a su interioridad, a su
individualidad y a su voluntad. Además de la mitificación del
exilio, se lleva a cabo una mitificación de la España republicana,
construyendo un arquetipo que idealiza los valores por los que se ha
regido el país para llegar al régimen democrático que tan poca
continuidad ha tenido en los últimos dos siglos. La España
republicana se convierte en el paraíso perdido, en la arboleda
perdida de la que nos hablará Rafael Alberti3.
Por ello, es necesario reconstruir ese paraíso, destruido por la
guerra, a través de la memoria y de las memorias publicadas, porque
reconstruir el pasado sirve también para romper con él y para
fundamentar el presente y así hacerlo soportable. Los recuerdos se
convierten en símbolos de lo perdido, de lo que nos constituye como
personas y de lo que, hasta el momento de la fractura, hemos sido.
Para llevar a cabo esta acción ritual, es necesario cobrar la forma
del testigo y levantar testimonio de lo vivido hasta llegar a
situación de desterrado. El testimonio se convierte en una necesidad
que dé sentido al destierro y a las vivencias que en él ocurrirán.
El exiliado tiene como misión convertirse en voz o en letra de los
derrotados para contrarrestar la visión que impondrá la historia. Y
es que, como señala Traverso4,
se produce una lucha entre historia y memoria, entre la visión
globalizadora de la historia que, como de todos es sabido, la
escriben los vencedores, y el testimonio fruto de la memoria
individual que trata de encontrar los lugares comunes para
universalizarse. La historia tiene la pretensión de la objetivad,
pretendiendo una memoria común a través de la experiencia
transmitida. Nos intenta hacer ver lo que las cosas han sido, por lo
que justifican el actual estado de cosas en función de esa misma
sucesión de hechos objetivos. La historia es teleológica, explica
el presente a través del devenir del tiempo. Las pretensiones de la
memoria son mucho menores y sin embargo imprescindibles para
construir la historia. En ella cobra vital importancia la experiencia
vivida por el que la relata. De ahí, la importancia de los libros
de memorias de los intelectuales que se encuentran en el exilio. La
memoria prima al sujeto del recuerdo, es subjetiva, nos permite una
visión más intrahistórica que histórica. Es el protagonista de la
vivencia el que nos relata sus vivencias interpretadas desde su
propio punto de vista. Y sin embargo, pretende una panorámica
general, válida para el común de los hombres.
La historia, por tanto, nos intenta dar la visión objetiva propia de
una ciencia, convirtiéndola en un saber que podemos aprender. La
historia se convierte así en un saber individual, en una disciplina
que trata sobre hechos contrastables. La memoria, por su carácter
subjetivo, se convierte en algo colectivo, que implica la vivencia
del semejante, que permite la empatía con el protagonista. No es la
historia de los grandes acontecimientos como batallas, estrategias o
resultados abstractos de la brega política donde el individuo
concreto queda al margen, sino la vivencia particular en la que
cualquiera puede participar y sentirse reflejado.
La memoria le permite al exiliado reconstruir su mundo privado y esta
reconstrucción se lleva a cabo para practicarse una cura. El exilio
es una herida que es preciso restañar, por lo que relatar la
experiencia individual se convierte en algo indispensable para la
construcción de una memoria colectiva común a todas las personas
que han sufrido el mismo trauma, la misma fractura. La memoria es el
tratamiento terapéutico que el exiliado se prescribe. El ejemplo de
ungüento que Caudet destaca es el de la poesía, una de las
expresiones literarias capaces de llevar a cabo esta misión que
narcotiza a la vez que cura por estar muy arraigada al sentimiento.
Nos da numerosos ejemplos de poetas exiliados, como León Felipe,
Luis Cernuda, Rafael Alberti, Emilio Prados, Luis Rius o Manuel
Altolaguirre entre otros.
La sacralización ritual del recuerdo permite mantener el arraigo,
sentirse aún conectado a lo que se han visto obligados a abandonar.
Es hacer presente la otra orilla, vivir metafóricamente en ella para
ir preparando el regreso. La idea del regreso está presente en todos
estos poetas como una necesidad puesto que el exilio se ve como algo
transitorio, como una escisión temporal, que ocupará un breve
espacio de tiempo. El exiliado quiere estar presente en la otra
orilla para que al regresar aún sea reconocible por los otros, para
que aún reconozca él a los otros que allí dejó, con miedo de que
le ocurra lo que al protagonista de la tragedia de Camus, Jan5,
que cuando regresa al hotel que regentan su madre y su hermana para
sacarlas de la pobreza en la que viven, éstas, al no reconocerle, lo
matan y le roban como habían venido haciendo con todos los
adinerados que se hospedaban. El exiliado no quiere que los que deja
le olviden y pretenden ser reconocidos cuando regresen. La necesidad
de regresar está siempre presente pero las circunstancias lo
impiden. Sólo cuando se constata la perdurabilidad del régimen
franquista, tras la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de
los bloques de poder que originarán la Guerra Fría, el intelectual
comprende que su exilio será indefinido y al grito desesperado le
seguirá la resignación, la depresión, el suicidio en algunos
casos.
En este proceso
de reconstrucción es imprescindible empezar por la memoria,
rememorar la infancia y los primeros años de proyectos personales.
Son los años en los que se desarrollan las raíces que tanto dolerán
después. La reconstrucción de la infancia y la juventud supone la
reconstrucción de la orilla que se deja para sentar las bases de lo
que será la vida que se comienza en la orilla a la que se llega,
produciendo una dialéctica del exilio en la que, por un lado,
encontramos la añoranza de la tierra que el exiliado se resiste a
dejar de lado y, por otro, urge una necesidad de comenzar de nuevo en
el otro lado. Es una dialéctica agónica, al modo unamuniano, donde
tesis y antítesis se enfrentan sin cuartel y donde no se produce
síntesis, sino alternancia y predominio de una sobre otra y
viceversa según el estado de ánimo, pero nunca hay superación.
Un ejemplo de
esta reconstrucción es la que lleva a cabo Rafael Alberti en la obra
citada más arriba. Reconstruye, desde su nacimiento y desde afuera,
lo que le ha hecho ser lo que es. Su familia, sus compañeros de
juego, su colegio de Jesuitas en su Puerto de Santa María natal, su
primera vocación pictórica y su abandono por su definitiva vocación
poética, sus lecturas, su progresiva implicación política que se
va plasmando en sus obras, su Hombre desabitado, sus andanzas
con la intelectualidad coetánea, su “adenopatía hiliar con
infiltración en el lóbulo superior del pulmón derecho”, su
reposo en la Sierra del Guadarrama o en Rute, su repaso de los
acontecimientos históricos entreverados con sus propias vivencias
que nos van creando un paisaje de lo que le constituye. Este es el
primer término del proceso dialéctico antes referido. También
reconstruye al final de estas memorias la casa que le albergará en
el exilio argentino, la nueva arboleda desde la que partir en la
nueva vida que no queda más remedio que emprender. Es el segundo
término del proceso dialéctico. Pero siempre se siente como
necesario el regreso. Reconstruye el paisaje de la nueva arboleda a
partir de la perdida porque, como señala Caudet, el problema de
España se convierte en pasión por España. La pasión por el
paisaje se explica por la necesidad de atribuirle la universalidad y
la esencialidad más que la descripción de un fenómeno particular.
Otro ejemplo de
esta reconstrucción es el que realiza Maria Teresa León6,
compañera de viaje de Alberti. Sus memorias son melancólicas, hay
amargura, zozobra, hasta rencor en algunos momentos. Maria Teresa
León dedica muchas más páginas que Alberti, contribuyendo a
complementarlo, a la orilla del exilio. Reivindica la necesidad de la
memoria para la cura, la necesidad de escribir como terapia:
Yo me siento aún colmada de
angustias. Habréis de perdonarme en los capítulos en los que hablo
de la guerra y del destierro de los españoles, la reiteración de
las palabras tristes. Si, tal vez sean el síntoma de mi incapacidad
como historiador. Pero no puedo disfrazarme. Ahí dejo únicamente mi
participación en los hechos, lo que vi, lo que sentí, lo que oí,
todo pasado por una confusión de recuerdos. No he evitado cuando lo
creí necesario llamar pobre a mi España ni desgraciado a mi pueblo
ni desamparados a los que padecieron persecución ni desesperados a
los que sufrieron tantas enfermedades de abandono. Es mi pequeño
ángulo visual de las cosas. Sé que ya en el mundo apenas se nos
oye. Siempre habrá quedado el eco, pues el único camino que hemos
hecho los desterrados de España es el de la resignación.7
En la evolución del pensamiento en el exilio la palabra resignación
va cobrando cada vez mas presencia. Su peregrinar junto a Rafal
Alberti les llevó de España a París, de allí a Chile, junto a su
gran amigo Pablo Neruda, de allí a Argentina, a Buenos Aires y de
allí a Roma. Lo que en un principio era algo transitorio se
convirtió en toda una vida fuera de España. María Teresa León
reconoce que los exiliados:
Eran los derrotados. Les
habían marcado con hierro al rojo como a las ovejas del rebaño.
Gente marcada8.
con lo que reconoce que hasta que los vencedores no dejen el poder no
es posible el regreso. La marca impide volver con dignidad, con lo
que la resignación a aceptar la condición de exiliado es
inevitable. A la resignación le acompaña el sentimiento de
incertidumbre que esta condición provoca:
Estoy cansada de no saber
donde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos
nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?9.
Por esta razón es necesario reconstruir cada una de las dos orillas
y mitificar el exilio rodeándolo de un halo que le dé sentido. Por
eso en sus memorias hay un continuo viaje de una a otra orilla. La
pregunta por la situación individual, en este contexto, se convierte
necesariamente por una pregunta por la condición humana. Ambos
sienten la necesidad de encontrar una utilidad a su situación, no
sólo para ellos, sino también para el resto de exiliados y para la
España que aún en la distancia sueñan con cambiar. En esta visión,
el exiliado encuentra en el exilio un aliciente para enriquecerse,
para autoanalizarse y con ello poder extrapolar sus conclusiones a un
grado más universal. Reconvirtiendo el refrán, el exilio agudiza el
ingenio y este enriquecimiento del ingenio es lo que da sentido a la
vida del exiliado.
Una
vez asumida la tardanza en el regreso, es necesario encontrar puentes
de unión con la patria perdida. Caudet nos recuerda el papel que las
revistas literarias tuvieron para hacer de nexo de unión entre los
exiliados reales y los que comenzaron a denominarse “exilio
interior” que, si bien no son exiliados estrictamente, si que
realizaron una tarea de oposición al régimen franquista llegando a
practicar un funambulismo que les permitiera no tener que abandonar
el país. Algunos exiliados escriben en revistas que se publican en
España y también se publican artículos de autores que escriben
desde España en revistas americanas. Se produce una
retroalimentación entre ambas orillas, aunque la del exilio tiene
infinitamente menos presencia en España de la que merecía.
Desde
España, el exilio se considera como un todo homogéneo, no se
individualiza lo que cada intelectual exiliado aporta, sino que se
habla de un pensamiento unificado del exilio. Lo cierto es que hay
grandes diferencias entre los diferentes representantes del exilio
español, al igual que había grandes diferencias entre los
diferentes grupos que conformaban el bando republicano. Estas
diferencias persisten en el exilio y en los derroteros que cada cual
elige pueden verse estas diferencias. Algunos, como José Gaos,
aprovechan su exilio para alcanzar un alto status social, e incluso,
económico. Otros, como María Zambrano, vagan por diferentes países
sin encontrar nunca un lugar donde echar nuevas raíces.
Los
primeros viven un exilio privilegiado pues se insertan en las
sociedades de acogida como si de inmigrantes se tratara, elevando sus
condiciones sociales y materiales y alcanzando gran reconocimiento no
sólo en el país de acogida sino a nivel internacional. Es lo que se
ha denominado el agachupinamiento del exiliado en el caso
mexicano. Quedan insertos en el país de acogida, rehacen su vida
encontrando su sentido en sus quehaceres cotidianos. Aunque en ellos
se dé la añoranza y la melancolía de la tierra abandonada, saben
enraizar en su nuevo destino y abrir una nueva etapa en su vida
haciendo, hasta cierto punto, borrón y cuenta nueva con el pasado.
Los
segundos y María Zambrano en particular, interiorizarán la
condición de exiliado hasta el punto de no concebirse sin ella. El
exilio es consustancial a su persona. Por ello, nos dirá Zambrano
que ama su exilio porque es la forma de amarse a ella misma, a lo que
ha sido y es, incluso una vez que regresa a España. El exiliado
tiene que poner al servicio de los demás su memoria, porque como
ella mismo dice, en su Carta sobre el Exilio de 1961:
Somos memoria.
Memoria que rescata10
Y la
memoria es lo que el exiliado tiene que ofrecer, eso es lo que parece
querernos decir con voz inaudible desde la orilla de la historia:
“La prenda que el exiliado
conserva entre sus manos, mientras mira al cielo con interrogación y
sin llanto debe ser esa. Désele voz y palabra. No pide otra cosa
sino que le dejen dar, dar lo que nunca perdió y lo que ha ido
ganando: la libertad que se llevó consigo y la verdad que ha ido
ganando en esta especie de vida póstuma que se le ha dejado”11
Esta
es la labor última del exiliado y por esto habrá que preguntarle;
para esto habrá de ser tenido en cuenta por los que se quedaron.
Para dar libertad y verdad. Ya Adorno había dicho:
“Todo intelectual en el
exilio, sin excepción, lleva una existencia mutilada, y hará bien
en reconocerlo si no quiere que se lo hagan saber de forma cruel
desde el otro lado de las puertas herméticamente cerradas de su
autoestimación.”12
Después
del turbulento siglo XX, siglo que en su inicio confiaba de manera
desproporcionada en la razón, se hace imposible lo que se llama
propiamente habitar. El daño ya está hecho.
Estos
son algunos ejemplos de las reflexiones sobre el exilio han provocado
en los intelectuales españoles que tuvieron que abandonar el país
tras la Guerra Civil en el año 39. Algunos de ellos son los que
recoge Caudet plasmando ese viaje que lleva desde el desconcierto de
la huída, la melancolía, la zozobra, el desarraigo, la idealización
y la mitificación de lo que se abandona y de lo que se va a
encontrar, la resignación y la esperanza en el regreso. Por estos
estadios pasaron gran parte de los exiliados, sobre todo aquellos que
sufrieron una doble derrota, la de la guerra y la de la añoranza en
la espera.
BIBLIOGRAFÍA
ADORNO,
TH. W., Mínima moralia, Reflexiones
desde la vida dañada. Akal.
Madrid, 2006
ALBERTI, Rafael,
La arboleda perdida. Memorias. Seix Barral, Barcelona,
1975.
CAMUS, Albert,
El malentendido. Alianza Editorial, Madrid, 2001
CAUDET.
Francisco, El exilio republicano de 1939. Ediciones
Cátedra, Madrid, 2005
LEÓN, María
Teresa, Memoria de la Melancolía. Editorial Bruguera,
Barcelona, 1979.
TRAVERSO, Enzo,
El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política.
Ed. Marcial Pons, Madrid, 2007.
ZAMBRANO, María, “Carta sobre
el exilio” publicada en Cuadernos
del Congreso por la libertad de la Cultura
(número 49).
1
CAUDET. F., El exilio republicano de 1939. Ediciones
Cátedra, Madrid, 2005, páginas 21-70.
2
URANGA. E., Análisis del ser del mexicano. Ediciones
del Gobierno del Estado de Guanajuato, Guanajuato, 1990, pág. 13.
3
ALBERTI, R., La arboleda perdida. Memorias. Seix
Barral, Barcelona, 1975.
4
TRAVERSO, E., El pasado, instrucciones de uso. Historia,
memoria, política. Ed. Marcial Pons, Madrid, 2007.
5
CAMUS, A., El malentendido. Alianza Editorial, Madrid,
2001.
6
LEÓN, M. T., Memoria de la Melancolía. Editorial
Bruguera, Barcelona, 1979.
7
Ibid., págs. 7-8.
8
Ibid., pág. 30.
9
Ibid., pág. 31.
10
ZAMBRANO, M., “Carta sobre el exilio” publicada en Cuadernos
del Congreso por la libertad de la Cultura
(número 49).
11
Ibid.