domingo, 1 de octubre de 2017

Baudrillard y la realidad

Podemos acercarnos a Baudrillard manteniendo que la realidad ya no es la que era. Si Marx, supeditando todo el quehacer humano a la economía, Nietzsche, entreviendo que el lenguaje determina todo lo que se pueda pensar y decir sobre lo existente, o Freud, manifestando que todo comportamiento humano está dirigido por el inconsciente, han sido considerados los filósofos de la sospecha, Baudrillard pone su empeño en denunciar que ya no podemos hablar de la realidad como algo real, sino que la realidad se ha convertido en un desierto en el que ya no hay nada. A este desvanecimiento de lo real han contribuido tanto los grupos de poder o clase supuestamente dominante, como la masa o clase supuestamente dominada. Lo que impera, según sostiene Baudrillard, es la simulación de la realidad, el simulacro de la realidad: “La simulación [...]es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal1 Ya no hay una realidad a la que se puede acercar el científico o el pensador para tratar de saber lo que hay sino que el trabajo de campo se debe hacer sobre lo hiperreal, suplantador de lo real. Baudrillard entiende lo hiperreal como los signos de lo real, aquello que precede a lo real. Estos signos son los que se pueden manipular, entremezclar y se construyen como realidad. Es la realidad producida que se consume como cualquier otro producto fabricado. Y en eso consiste el simulacro, en hacer pasar por real lo hiperreal.

Este modo de proceder ha sido posible gracias al modelo de producción de la sociedad de consumo, el capitalismo, que ha convertido en mercancía todo lo existente, incluso a la propia realidad. Para que esta producción pueda ser llevada a cabo, es necesario que exista un productor. Baudrillard señala a los medios de comunicación como los verdaderos artífices de la fabricación de “realidades”. Los “mass-media” son los que ponen en situación a la masa para consumir determinadas realidades fabricadas. Así, la masa “adquiere”, como si del coche, la casa o de un champú se tratara, la realidad que más le conviene, le interesa o le convence, de modo que sobre esa “realidad” adquirida construye su ideología y su modo de vida, su modo de aproximarse a lo hiperreal que considera real.

El mundo es conocido a través de lo que los medios de comunicación nos cuentan. Para que el conocimiento quede fijado, son de inestimable valor las imágenes televisivas. La televisión, las pantallas, son imprescindibles para hacer llegar las imágenes de lo real. Si no lo emite la televisión (o aparece en internet) no existe. Incluso, si lo que sucede puede ser observado por el ojo del espectador, es preferible mirar a través de la pantalla para constatar que lo que se está viendo está sucediendo “realmente”. Así sucede, por ejemplo, en los grandes conciertos de música o en los estadios de fútbol donde al acudir miles de personas, se habilitan pantallas donde se amplía el escenario o el terreno de juego para que veamos mejor lo que a simple vista cuesta distinguir, de manera que se mira más a la pantalla que al escenario o al terreno de juego. La pantalla se convierte en fiel reflejo de la realidad, y su emisión en producto consumible. A través de ella se controla qué es importante y qué no lo es, que es digno de emitir y que es digno de omitir. La pantalla como símbolo de control de la sociedad, como símbolo de la vigilancia ejercida sobre la población (“miles de cámaras velan por su seguridad” rezaba el eslogan de la red de metro de Madrid). Como es método de vigilancia, también lo es del castigo. La I Guerra del Golfo fue emitida en directo por la CNN, mostrándonos los bombardeos selectivos sobre supuestos objetivos militares. Nos mostró una guerra aséptica, sin sangre ni muerte visible para el espectador que asiste al espectáculo de la guerra. Porque Occidente no se puede permitir que la realidad de la guerra implica sufrimiento, mutilaciones o matanzas. Es una política de cero muertos2, porque la muerte no es buen artículo de consumo en una sociedad que hace todo lo posible por negarla y por apartarla de la vida cotidiana. En el simulacro de lo real no cabe la muerte real. Ésta sólo es soportable a través de la pantalla.

De este mismo método se han servido los que se dicen enemigos de Occidente, aunque Baudrillard sostiene que viven en esa misma hiperrealidad. Los atentados de las Torres Gemelas tienen el glamour de lo espectacular, de lo televisivo. Fueron emitidos en “tiempo real” o “en vivo” (live). Todo el planeta estuvo enterado del atentado al mismo tiempo, pudo verlo en sus televisores y constatar que era real. Según Baudrillard, casi lo menos importante fueron los más de dos mil cuatrocientos muertos, sino que lo verdaderamente importante fue la humillación televisada del enemigo. La repetición de las imágenes de los aviones entrando en las Torres Gemelas desde diversos ángulos es un ejemplo espectacular para mostrar el poder de los terroristas de Al-Quaeda.

Con esta visión, Baudrillard da una vuelta de tuerca a lo que Adorno y Horkheimer habían tratado sobre la cultura de masas3 y que había sido ampliamente tratado por Guy Debord4 y su estudio sobre la sociedad de masas y el espectáculo. La fetichización de la mercancía hace que la masa quiera poseerlas, vinculando posesión y felicidad. Y no hay mejor forma que el espectáculo para publicitar esa mercancía, aunque la mercancía sea la realidad misma. Lo que propone de nuevo Baudrillard es que para que se produzca esta situación hacen falta dos partes actoras, el poder y la masa, siendo la masa tan responsable de la banalización de la realidad como los medios de comunicación de masas. La masa se deja seducir por los signos de lo real, participando del acto de la seducción que los mass-media llevan a cabo. Sin sociedad de masas no habría globalización de contenidos informativos y de entretenimiento.

Baudrillard sospecha de la realidad que vivimos en la época de lo virtual. No hay una realidad única, sino infinitas realidades entretejidas, de igual manera que no hay una verdad única, sino hechos verosímiles, también entretejidos como nudos de las redes de pesca que van atrapando todo lo que encuentran a su paso en el mar de la globalización.

Aunque ha sido ampliamente discutido por utilizar un lenguaje poético que deja abierta la puerta a numerosas interpretaciones, la influencia y la difusión de las obras de Baudrillard en todo el mundo ha sido, al menos, sorprendente, teniendo en cuenta que los asuntos sobre los que trataba estaban vinculados con la sociología y la filosofía. Crítico y desesperanzado con la idea de progreso de la humanidad, siempre supo que la sociedad no se encaminaba hacia ningún estadio superior.


1 Baudrillard, J. Cultura y simulacro. Ed. Kairós. Barcelona 2008. Página 9.
2 Baudrillard, J.- L’ esprit du terrorisme, (El espíritu del terrorismo) Éditions Galilée, Paris, 2002.
3 Horkheimer, M. y Adorno, T. W. -Dialéctica de la Ilustración. Ed. Trotta, Madrid, 2006

4 Debord, G. -La sociedad del espectáculo. Ed Pre-textos, Valencia, 2008

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