Nos recreamos ahora con un artículo escrito por María Zambrano en 1965 y
que ha sido publicado en la obra Filosofía
y educación. Manuscritos, una
recopilación de artículos publicados y manuscritos aún sin publicar hasta la
edición realizada por Ángel Casado y Juana Sánchez-Gey. Es importante señalar la fecha, pues estamos en la antesala del 68 francés,
resultado de la crisis de la que tres años antes nos habla Zambrano.
Para ella, la crisis reside en la crisis de la mediación. La mediación
está a la base de la vida, porque vivir es mediación. Para analizar esta crisis
es necesario conocer la tradición, la historia, de modo que así desvelaremos su
falta de novedad. Rechazar la tradición
nos hace, además de ignorantes, tener que partir de cero y errar en los
diagnósticos por no tener en cuenta las mediaciones de otras personas, de otros
tiempos y lugares. Por esta razón, es imprescindible contemplar la figura del
maestro como mediador entre el conocimiento y la ignorancia a través de su
presencia y su palabra, rompiendo el silencio previo y ofreciéndose en un acto
sacrificial para que la mediación se produzca. El profesor no debe dimitir de su
vocación de mediador. Esta mediación consiste en encender la llama en el alumno
para que se “le revele la pregunta que lleva dentro agazapada”, consiste en ser
aquel ante el que se pregunta el alumno, consiste en una conversión, en
despertar de la ignorancia, en provocar, en definitiva, el diálogo.
En esto
consiste la tarea mediadora del maestro según María Zambrano. De aquí podemos
destacar varias ideas. Por un lado, la necesidad de apoyar las respuestas a la
crisis en la tradición convierte en necesidad el conocimiento de esa tradición.
La figura del maestro cobra especial importancia por ser él el encargado de
transmitir esa tradición, ese conocimiento. Esto debe ser así para no partir de
cero sino para aprender del pasado, para comprender el presente y poder así emprender
el futuro. Y nadie mejor que el maestro para ejercer de mediador entre los tres
momentos. En la actualidad se prima la
adquisición de competencias sobre los contenidos, e incluso suelen enfrentarse
ambos conceptos, olvidando que el desarrollo de las competencias es una
consecuencia de la adquisición de los contenidos por parte del alumno, siempre
y cuando éste no se haya limitado a memorizarlos para el examen, olvidando
prácticamente todo en el instante posterior. Si algo se aprende, se comprende,
nos deja prendidos (y a veces prendados), nos empapa. Por ello, adquisición de
contenido y desarrollo de competencia están fuertemente ligados, comprendidos
la una en el otro. Cuando el currículo no hacía mención de las competencias
básicas, éstas se adquirían igualmente, haciendo válido el principio de que la
cosa es anterior a su nombre, existiendo antes de ser nombrada. El que en la
actualidad se destaque la competencia es importante, pues su desarrollo
constituye un objetivo del sistema educativo. Pero no hay que enfrentar la
competencia al contenido sino co-implicarlos, pues son dos nombres que definen
un mismo proceso. Ante la expresión contenidos versus competencias, sería mejor
decir que los contenidos versan sobre las competencias y viceversa, contenidos
y competencias conversan. No es esto contra aquello, ni el unamuniano contra
esto y contra aquello, sino esto y aquello, otorgándole a la "y" su pleno valor
conjuntivo y copulativo, engendrador de nuevas realidades más plurales.
Esto es lo que María Zambrano deja entrever
en este artículo, la importancia de mediar entre la tradición y el presente. Si
la mediación entra en crisis, la crisis se perpetúa y la solución se aleja. La
solución se encontrará entonces en la educación, pero no en la educación
resultante del idealismo hegeliano que educa para el Estado, sino que se
tratará de una educación mediadora donde lo que se persigue es el desarrollo de
la existencia humana. Creo que esta es la más valiosa lección que Zambrano nos
brinda en este artículo, la de educar para desarrollar personas, no para
fabricar útiles y utensilios para el desarrollo del Estado. Y en esta tarea el
maestro desempeña la tarea fundamental, pues a través de su intermediación
posibilitará que surja la pregunta, la inquietud, la insatisfacción, la ilusión
y el desasosiego del alumno. No sólo transmitirá un saber específico sino que
enseñará a descubrir y a anhelar un conocimiento que él sólo insinúa y alude
tangencialmente. Transmitirá al alumno la necesidad y la responsabilidad de ser
él el que debe continuar en la búsqueda de aquellas respuestas aún no
encontradas. Es a esto a lo que se refiere Zambrano cuando habla del compromiso
de maestro y alumno, de su imposibilidad de dimitir. Ambos tienen que asumir su
papel: el maestro haciendo saltar la chispa del fuego que el alumno debe avivar
y mantener. Si esto se produce tal como hemos descrito, se abrirá una de
las pocas vías por las que se puede llegar a encontrar solución a la crisis, el
diálogo, la razón compartida y repartida entre todos aquellos que asuman su destino,
su vocación y su condición de persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario