Estos dos
artículos, de octubre y noviembre de 1964 respectivamente, hacen referencia a
elementos imprescindibles dentro del educar y del enseñar que merece la pena
ser tenidos en cuenta. El segundo fue escrito para la revista Semana,
perteneciente al Departamento de Instrucción Pública de Puerto Rico, con la que
colaboró Zambrano durante su exilio. El primero es un manuscrito que había
permanecido inédito hasta la publicación
en Diario 16 el 2 de junio de 1990. Ambos
fueron recogidos en la obra titulada Filosofía y Educación. Manuscritos, editada por Ángel Casado y
Juana Sánchez-Gey y publicado en la Editorial Ágora en el año 2007.
La parábola que Zambrano nos recuerda dice que un sultán encarga pintar
las paredes enfrentadas de una de las salas de su palacio a pintores de
Bizancio y China con la condición de que ninguno viera lo que el otro pintaba.
Los chinos pintan una maravillosa escena. Los griegos no pintan nada, sólo
pulen la superficie de la pared hasta convertirla en un espejo, donde se refleja y magnifica el resultado de la
pintura de la pared de enfrente. La conclusión que Zambrano nos aporta, dentro
de muchas posibles interpretaciones, es la importancia del mirar, capaz de
purificar, como el espejo bizantino, lo que en ese mirar se refleja.
En el artículo “La atención” Zambrano distingue entre la atención
espontánea y la voluntaria. La primera es una atención que se ve atraída por
diferentes estímulos, aportando claridad al que atiende de forma involuntaria.
La segunda es una atención surgida de la concentración. La conjunción de los
dos tipos de atención dará sus frutos en el que atiende porque atender, según nos
recuerda María Zambrano, es vivir. La atención necesita ser educada pues
necesita del conocimiento y de todas las energías propias del ser humano para
que éste tome consciencia de sí mismo.
La importancia de estos dos artículos estriba en que Zambrano, gran
conocedora del mundo educativo en general y muy preocupada por el educador en
particular, nos propone fijar la atención en dos elementos claves para llegar a
ser un buen educador, un buen transmisor no sólo de conocimientos, sino de inquietudes, de preguntas aún sin
responder, de respuestas fallidas, etc. Uno de estos elementos es fundamental
desde el punto de vista filosófico: la mirada. La interpretación que Zambrano
hace de la parábola entroniza la mirada como vehículo que propicia el éxito
educativo. Según cómo nos posicionemos obtendremos una perspectiva (rememorando
a Ortega) más o menos amplia. La educación no ha de ser otra cosa que un saber
mirar, un aprender a posicionar la
mirada para alcanzar la perspectiva que nos permita ver el horizonte más
amplio. El espejo purifica porque amplía, porque pule la realidad observada.
De igual manera, la mirada nos permitirá fijar nuestra atención en
aquello que vemos. Cuanto más campo visual más campo donde fijar la atención.
Cuantas más veces hayamos fijado la atención sobre más campo, más posibilidades
tendremos de llegar a esos importantísimos descubrimientos de los que nos habla
en su artículo, más vivencias tendremos, viviremos más plenamente. Y esa es una
de las funciones que Zambrano atribuye a la educación, la de vivir plenamente,
la de hacerse constantemente y la de descubrirse mientras se vive. No atender
es no vivir porque no se usa la mirada, no se aplica a la realidad circundante
y a la interior, impidiendo el desarrollo personal.
El educador debe cultivar, entre otros, estos elementos para llevar a
buen puerto su labor educativa. Debe cultivarlo en sí mismo para poder
inculcarlo en sus alumnos. Si la educación debe consistir en un ampliar la
mirada y en un fijar la atención, es el propio educador el que debe partir de
estos elementos y educar en un saber mirar y un saber fijar la atención. Tarea
ardua, difícil, casi imposible de conseguir en las aulas masificadas, pero que
debe ser la motivación fundamental con la que pase de la ausencia del silencio
a la presencia de la palabra.
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