Dice Unamuno en El sentimiento
trágico de la vida: “No quiero morirme, no; no quiero ni quiero quererlo;
quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y
me siento ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi
alma, de la mía propia.”[1]
Esta
es la motivación más fuerte que mueve el pensamiento de Unamuno. Es por esto
por lo que actúa. Pero es esto lo que le hace concebir la vida como tragedia.
En las palabras señaladas más arriba está resumida gran parte de la concepción
de la vida que Unamuno mantiene. Quiere ser siempre, quiere vivir siempre, no
quiere morir. El cristianismo ha hablado de la vida después de la muerte, de la
resurrección de la carne, de la sangre redentora. Pero ¿En qué consiste ser
cristiano? A esto va a consagrar su esfuerzo en las páginas que componen este
breve ensayo. Vamos a verlo más detenidamente.
Unamuno
escribe esta obra en París, “para un público universal y más propiamente
francés” en 1925. La obra consta de una Introducción y diez capítulos
ejerciendo el último la función de conclusión. A lo largo de ellos nos explica,
qué es para el cristianismo, qué es ser cristiano, qué es estar vivo.
Comienza
explicándonos qué es agonía. Agonía es lucha. “Agoniza el que vive luchando,
luchando contra la vida misma. Y contra la muerte” Para Unamuno el modo de
vivir, es decir de luchar, es dudar. Estos tres términos están completamente
unidos, no se pueden casi discernir separados. La agonía es la lucha por querer
seguir vivo, no es dejarse morir pasivamente. Fundamenta la duda basándose en
que la fe es creer lo que no vemos. Si tenemos fe, si creemos lo que no vemos,
nunca estaremos seguros, nunca tendremos certeza. Esta duda, esta lucha es lo
que constituye la agonía del cristiano. Unamuno muestra aquí una postura lejana
a la ilustración, de plena confianza en la razón. El individuo necesita creer,
aunque no tenga certezas. Esta necesidad le provoca angustia, agonía. Esta es
la tragedia del ser humano. Esta es la tragedia de Don Manuel en San Manuel
Bueno, mártir; querer creer aunque no se consiga. Dice Nietzsche en La
genealogía de la moral[2] : “Ahora
bien, en el hecho de que el ideal ascético haya significado tantas cosas para
el hombre se expresa la realidad fundamental de la voluntad humana, su horror
vacui; esa voluntad necesita una meta-y prefiere querer la nada a no querer.-” Unamuno quiere creer, a pesar de las dudas.
Esto le provoca angustia, le convierte la vida en agonía. Por esto dice que al
cristianismo hay que definirlo agónicamente, en su función de lucha. La
cristiandad, como cualidad de ser cristiano, es ser Cristo. La cristiandad es
una preparación para la muerte, para la resurrección, para la vida eterna. Esta
resurrección, este no morir o este morir para vivir es lo que constituye la
agonía. Resurrección de la carne frente a inmortalidad del alma. Unamuno
contrapone una serie de términos que le ayuda a mostrar esa lucha continua en
la vida y por la vida. Nos cuenta la historia de Abisag, la sunamita. Unamuno
dice que el hombre busca la inmortalidad de su carne en sus hijos. La agonía de
Abisag está en que de quien está enamorada no le puede dar hijos. Calienta a
David, lo besa, lo ama, pero no se llegan a conocer en sentido bíblico. La
maternidad y la paternidad son situadas en el centro del hambre de
inmortalidad. En la procreación se produce la resurrección.
Unamuno
analiza también el supuesto nivel social del cristianismo. Democracia
cristiana, cristianismo social no quieren decir nada. El cristianismo es un
hecho individual. Contrapone derecho y deber a gracia y sacrificio, lo jurídico
frente a lo cristiano. El hombre vive en sociedad, tiene que crear reglas para
la convivencia. Pero esto ya no es cristianismo, es sociedad civil. “El puro
cristianismo, el cristianismo evangélico, quiere buscar la vida eterna fuera de
la historia...” Hay que
recordar que el reino del que habla Cristo no es de este mundo luego, el
cristiano que de verdad lo sea, no vive para este mundo. El proyecto de
sociedad no es del todo compatible con el de cristiandad. Porque Unamuno nos
dice: Nada hay más universal que lo individual, pues lo que es de cada uno
lo es de todos. Cada hombre vale más que la humanidad entera.”[3] Pero no es posible un individualismo
absoluto, que sería vivir sólo, desnudo y en el desierto. Por eso distingue
entre los cristianos que viven en soledad, en celibato y aquellos que procrean
y cuidan a sus hijos. Ambos viven en contradicción porque ambos desean vivir de
manera opuesta. Esta también es la agonía del cristiano. Para explicar esto
mejor nos pone los ejemplos de Pascal y del Padre Jacinto. El primero se
refugia en sí mismo y no consigue destruir la contradicción, vive en constante
agonía. El segundo busca un hijo para hacerse inmortal en él. Con la muerte de
su hijo y la de su mujer queda viudo y huérfano de hijo. Tampoco deja de vivir
la agonía del cristianismo.
Como
conclusión, Unamuno realiza una descripción de la agonía de su patria. Destaca
aquí el canto patriótico que hace desde el exilio. “El cristianismo mata a
la civilización occidental, a la vez que ésta mata a aquel” Continúa la
agonía.
Lo
cierto es que en esta obra de Unamuno vemos reflejado, si no pesimismo, un
cierto tono de tristeza. Aborda los temas principales de su pensamiento. La
obra es riquísima en referencias bibliográficas, donde podemos observar las
influencias que recibe. La cantidad de problemas que plantea, aunque sea de
manera somera, son innumerables: civilización y cultura (Kultur); positivismo
como fórmula agotada; socialismo, cristianismo y un largo etcétera.
Las
ideas aquí expuestas, que también se encuentran en Del sentimiento trágico
de la vida, fueron plasmadas a modo de novela en San Manuel Bueno,
mártir. La duda, el querer creer, la agonía, la tragedia, son temas
arraigados a la propia personalidad de Unamuno. Esta fue su agonía, es decir,
su lucha, su vida.
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