martes, 6 de septiembre de 2011

UNAMUNO Y LA AGONÍA DEL CRISTIANISMO.


Dice Unamuno en El sentimiento trágico de la vida: “No quiero morirme, no; no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia.”[1]  
           
            Esta es la motivación más fuerte que mueve el pensamiento de Unamuno. Es por esto por lo que actúa. Pero es esto lo que le hace concebir la vida como tragedia. En las palabras señaladas más arriba está resumida gran parte de la concepción de la vida que Unamuno mantiene. Quiere ser siempre, quiere vivir siempre, no quiere morir. El cristianismo ha hablado de la vida después de la muerte, de la resurrección de la carne, de la sangre redentora. Pero ¿En qué consiste ser cristiano? A esto va a consagrar su esfuerzo en las páginas que componen este breve ensayo. Vamos a verlo más detenidamente.

            Unamuno escribe esta obra en París, “para un público universal y más propiamente francés” en 1925. La obra consta de una Introducción y diez capítulos ejerciendo el último la función de conclusión. A lo largo de ellos nos explica, qué es para el cristianismo, qué es ser cristiano, qué es estar vivo.

            Comienza explicándonos qué es agonía. Agonía es lucha. “Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma. Y contra la muerte” Para Unamuno el modo de vivir, es decir de luchar, es dudar. Estos tres términos están completamente unidos, no se pueden casi discernir separados. La agonía es la lucha por querer seguir vivo, no es dejarse morir pasivamente. Fundamenta la duda basándose en que la fe es creer lo que no vemos. Si tenemos fe, si creemos lo que no vemos, nunca estaremos seguros, nunca tendremos certeza. Esta duda, esta lucha es lo que constituye la agonía del cristiano. Unamuno muestra aquí una postura lejana a la ilustración, de plena confianza en la razón. El individuo necesita creer, aunque no tenga certezas. Esta necesidad le provoca angustia, agonía. Esta es la tragedia del ser humano. Esta es la tragedia de Don Manuel en San Manuel Bueno, mártir; querer creer aunque no se consiga. Dice Nietzsche en La genealogía de la moral[2] : “Ahora bien, en el hecho de que el ideal ascético haya significado tantas cosas para el hombre se expresa la realidad fundamental de la voluntad humana, su horror vacui; esa voluntad necesita una meta-y prefiere querer la nada a no querer.-”  Unamuno quiere creer, a pesar de las dudas. Esto le provoca angustia, le convierte la vida en agonía. Por esto dice que al cristianismo hay que definirlo agónicamente, en su función de lucha. La cristiandad, como cualidad de ser cristiano, es ser Cristo. La cristiandad es una preparación para la muerte, para la resurrección, para la vida eterna. Esta resurrección, este no morir o este morir para vivir es lo que constituye la agonía. Resurrección de la carne frente a inmortalidad del alma. Unamuno contrapone una serie de términos que le ayuda a mostrar esa lucha continua en la vida y por la vida. Nos cuenta la historia de Abisag, la sunamita. Unamuno dice que el hombre busca la inmortalidad de su carne en sus hijos. La agonía de Abisag está en que de quien está enamorada no le puede dar hijos. Calienta a David, lo besa, lo ama, pero no se llegan a conocer en sentido bíblico. La maternidad y la paternidad son situadas en el centro del hambre de inmortalidad. En la procreación se produce la resurrección.

            Unamuno analiza también el supuesto nivel social del cristianismo. Democracia cristiana, cristianismo social no quieren decir nada. El cristianismo es un hecho individual. Contrapone derecho y deber a gracia y sacrificio, lo jurídico frente a lo cristiano. El hombre vive en sociedad, tiene que crear reglas para la convivencia. Pero esto ya no es cristianismo, es sociedad civil. “El puro cristianismo, el cristianismo evangélico, quiere buscar la vida eterna fuera de la historia...”  Hay que recordar que el reino del que habla Cristo no es de este mundo luego, el cristiano que de verdad lo sea, no vive para este mundo. El proyecto de sociedad no es del todo compatible con el de cristiandad. Porque Unamuno nos dice: Nada hay más universal que lo individual, pues lo que es de cada uno lo es de todos. Cada hombre vale más que la humanidad entera.”[3]  Pero no es posible un individualismo absoluto, que sería vivir sólo, desnudo y en el desierto. Por eso distingue entre los cristianos que viven en soledad, en celibato y aquellos que procrean y cuidan a sus hijos. Ambos viven en contradicción porque ambos desean vivir de manera opuesta. Esta también es la agonía del cristiano. Para explicar esto mejor nos pone los ejemplos de Pascal y del Padre Jacinto. El primero se refugia en sí mismo y no consigue destruir la contradicción, vive en constante agonía. El segundo busca un hijo para hacerse inmortal en él. Con la muerte de su hijo y la de su mujer queda viudo y huérfano de hijo. Tampoco deja de vivir la agonía del cristianismo.

            Como conclusión, Unamuno realiza una descripción de la agonía de su patria. Destaca aquí el canto patriótico que hace desde el exilio. “El cristianismo mata a la civilización occidental, a la vez que ésta mata a aquel” Continúa la agonía.

            Lo cierto es que en esta obra de Unamuno vemos reflejado, si no pesimismo, un cierto tono de tristeza. Aborda los temas principales de su pensamiento. La obra es riquísima en referencias bibliográficas, donde podemos observar las influencias que recibe. La cantidad de problemas que plantea, aunque sea de manera somera, son innumerables: civilización y cultura (Kultur); positivismo como fórmula agotada; socialismo, cristianismo y un largo etcétera. 

            Las ideas aquí expuestas, que también se encuentran en Del sentimiento trágico de la vida, fueron plasmadas a modo de novela en San Manuel Bueno, mártir. La duda, el querer creer, la agonía, la tragedia, son temas arraigados a la propia personalidad de Unamuno. Esta fue su agonía, es decir, su lucha, su vida.



[1] Miguel de Unamuno: El sentimiento trágico de la vida. Capítulo 3. Alianza Editorial, Madrid, 1986. páginas 58 y 59.
[2] Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral, tratado tercero, 1. Alianza Editorial, Madrid, 1972 página 128.
[3] Véase nota 1.

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