lunes, 29 de agosto de 2011

A propósito de Ortega, Tomás Pollán y la falsedad del estudiar

La idea principal que sustenta esta lección podríamos entresacarla de estas líneas: no consiste en decretar que no se estudie sino en reformar profundamente ese hacer humano que es el estudiar y, consecuentemente, el ser del estudiante. Para esto es preciso volver del revés la enseñanza y decir: enseñar no es, primaria y fundamentalmente, sino enseñar la necesidad de una ciencia, y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al estudiante. Desde esta idea podemos desentrañar todo lo que Ortega nos dice en esta lección. Que estudiar sea una falsedad viene dado, según nos cuenta el autor, por la necesidad del propio estudiante. El que crea una ciencia lo hace por la necesidad interna y vital de dar respuesta a alguna pregunta. La ciencia surge así de la necesidad.  Pero el creador de la ciencia no es el estudioso de la ciencia. El estudiante no se acerca a la ciencia por necesidad interna y vital sino por causas externas a sí mismo, para conseguir otros fines, como medio para llegar a otro estado de cosas, pero nunca como algo interno. Por tanto, la esencia de ser estudiante es interesarse por algo que no interesa y ahí reside la falsedad del estudiar, ya que el hombre es absoluta necesidad que brota del interior de cada uno (ser lo que se es), mientras que ser estudiante es interés que viene dado desde fuera. Esta es la razón por la que Ortega aboga por enseñar la necesidad de una ciencia, para que esta necesidad se convierta en algo interno del estudiante, o dicho de otro modo, para que el estudiante interiorice la necesidad de esa ciencia a la que se pretendía asomar por motivaciones externas a las de la propia necesidad.

Tomás Pollán, en un artículo publicado en el Nº 6 de la Revista Archipiélago, titulado Aprender para nada, nos dice: …Porque si de lo que se trata es de que a nadie le interese en cuanto tal nada de lo que aprende o investiga, es natural que en esas condiciones nazca, como en la tierra más apta para su monstruoso crecimiento, el temible y numerosísimo batallón estatal de pedagogos y psicólogos, cuyo objetivo es conseguir que los estudiantes se interesen por razones extrínsecas por lo que en sí mismo no les interesa. Por eso, como el contenido mismo no interesa, la tarea del pedagogo-psicólogo es motivar o –por utilizar otra expresión horrorosa– incentivar para que el joven compita con sus compañeros en el aprendizaje de lo que no le importa pero que el Estado le obliga a conocer si quiere ser un empleado útil. Me he permitido transcribir este largo párrafo en su totalidad porque creo de vital importancia reflexionar sobre ello. Ortega, en 1933, nos había puesto en la senda correcta al denunciar esta falsedad del estudiar y nos proponía acertadamente la necesidad de reformar las razones por las que se enseña una ciencia, es decir, pasar de las razones externas a las internas. Tomás Pollán, en 1991, pone de manifiesto lo que la LOGSE, como ley educativa recién aprobada, pretende, es decir, lo contrario a lo que había denunciado Ortega, esto es, que los estudiantes están obligados a interesarse por aquello que no les interesa y que el Estado les impone para convertirse en ciudadanos empleables, es decir, utilizables por el propio Sistema.

Lo anterior es sólo un ejemplo de lo lejos que estamos de volver la enseñanza del revés como pedía Ortega. En una época como la actual, en la que se intenta ampliar la formación del profesorado (¿ampliarla para qué o hacia qué?) –o al menos eso se manifiesta constantemente– en pro de evitar el fracaso escolar, de crear una sociedad de ciudadanos libres, responsables y participativos, quizá sería bueno que las palabras de Ortega y Gasset y las del profesor Pollán estuvieran en la primera línea (¿de fuego?) del debate sobre el educación para poder sacar de ellos alguna enseñanza. Pero, como todos sabemos, si se obrara de este modo se perdería la esencia actual del sistema educativo, que no es otra, como señala Tomás Pollán, que la de convertir a sus ciudadanos, tras el paso por la escuela, en mano de obra formada según las necesidades imperantes en cada momento histórico, de modo que el Estado recupere con suculentos dividendos el dinero y el tiempo invertidos.

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