domingo, 3 de abril de 2011

El cine y el campo de concentración.

Desde que se llegó a conocer lo que pasaba en los campos de exterminio, el cine ha encontrado numerosos problemas para representarlo. Los asesinatos masivos que allí se llevaron a cabo han supuesto un dilema ético, y por lo tanto estético, para todos los realizadores que han tratado de aproximarse a representar esta realidad a través de la imagen cinematográfica. Si este problema es claro en lo que se refiere al cine documental, es aún mayor en el cine de ficción, aquel que ha intentado reproducir con actores y decorados el horror del exterminio.

Las primeras  imágenes filmadas a todo color por Georges Stevens en las que se mostraban escenas de liberación de los presos de los campos de exterminio  acabaron siendo censuradas por el gobierno americano por su extremada crudeza. Desde entonces, el blanco y negro ha sido, casi siempre, norma en los documentales sobre el Holocausto. En el primer momento, cuando aún no había una predisposición por parte del cineasta a preparar su trabajo, ya que no conocía de antemano lo que se iba a encontrar dentro del campo, el visionado de estas imágenes provocaba una gran polémica. Surge el debate de cómo tratar la reproducción fílmica. El debate puede llevarse también al campo de la fotografía.

Por un lado, existe un punto de vista que sostiene que la imagen del campo de exterminio, de la humillación, el gaseamiento de millones de judíos, la quema de los cadáveres y el molido de sus huesos, el enterramiento en fosas comunes de las cenizas provocadas, etc.  no puede ser mostrado por ninguna imagen, ya que no existen grabaciones o fotografías sobre ello. E incluso, en el caso de existir, nada aportan, puesto que no se puede compendiar la totalidad de la vivencia experimentada por los judíos, la totalidad de la barbarie de los campos de exterminio, en las imágenes fotográficas o cinematográficas. Esta posición defiende que las imágenes de archivo no sirven como testigo del genocidio nazi. El testimonio vendría dado por la palabra, tanto hablada como escrita. Esta es la posición que representa la película Shoah, dirigida  por Claude Lanzmann en 1985. Esta película consiste en una serie de entrevistas a miembros de las SS, supervivientes de los campos, (entre ellos miembros del Sonderkommando, es decir, presos encargados de “preparar” a los detenidos y conducirlos a las cámaras de gas, retirar los cadáveres e incinerarlos, esto es, hacerlos desaparecer) y también a algunos de los habitantes de los pueblos aledaños a los campos de exterminio. Para ello, Lanzmann utiliza imágenes actuales de los campos de concentración, pero en ningún caso utiliza imágenes de archivo por las razones anteriormente indicadas.

Por otro lado, encontramos la postura opuesta. Es aquella que defiende la imagen fílmica como testimonio contrastable de la realidad del campo de exterminio. Si la labor del testigo era hacer llegar al exterior del campo el testimonio de lo que allí estaba ocurriendo, si el sufrimiento del campo debía llegar a los ojos del resto de Europa, la imagen es un vehículo perfecto para hacer ver al resto de la humanidad la realidad del genocidio nazi. Es la imagen-hecho, la imagen-archivo, la que mostrará, a modo de jirón de lo real, de pequeña parcela de realidad, la verdad del sufrimiento del Holocausto. Esta imagen fílmica cumpliría la misma función que la palabra sobre los campos de autores como Primo Levi o Paul Celan. Igual que hemos conocido los detalles de la vida dentro del campo de concentración a través del testimonio de los supervivientes, o a través de los manuscritos encontrados enterrados, la imagen fotográfica o la película pueden mostrarnos ese horror, servir también de archivo y de testigo. En esta posición podemos encuadrar la película Alain Resnais Noche y niebla (Nuit et brouillard) de 1956 y sobre todo la de Jean-Luc Godard Histoire(s) du cinéma (1998). Godard, que considera que el cine se ha evadido de mostrar la realidad del campo de exterminio, le atribuye al cine la responsabilidad de esta tarea. Sin embargo, el cine no ha estado a la altura, no ha conseguido filmar el horror nazi en el momento de producirse. Este es el gran fracaso del cine. 

Además, y enlazando con lo anterior, hay un cine que se ha aproximado al genocidio nazi desde la ficción. Es el cine espectáculo, el cine de consumo de masas. Desde él se ha utilizado el Holocausto con diferentes fines. Desde películas como La vida es bella (La vita è bella) dirigida por Roberto Benigni en 1998, donde se propone, como modo de representar y superar la realidad del holocausto, de hacerla más digerible para el espectador, la transformación de lo horrible en un juego, en una máscara, o El Pianista (The pianist), de Roman Polanski, donde el arte redime a los asesinos,  a series de televisión como Holocausto (Holocaust) de Marvin J. Chomsky (USA/1978), visión parcial y edulcorada de una tragedia con cierto aroma sionista. Dentro de este grupo de productos podemos incluir también al citado anteriormente Steven Spielberg, no sólo por su película La lista de Schindler (Schindler`s List) de 1993,que cumple con el “final feliz” característico de este director, sino también por su participación en el denominado Survivors of the Shoah Visual History Foundation, el proyecto más extenso para registrar los testimonios de los supervivientes de los diferentes campos de concentración y de exterminio. Los criterios de este archivo, basado en la acumulación indiscriminada de testimonios, sobrepasan el tema del antisemitismo para convertirse en un archivo de la supervivencia.

El análisis de estos modos de enfrentarse desde el cine al exterminio de millones de personas en los campos de concentración nazis tendría que completarse con el estudio de muchas más películas y textos de los que hasta ahora se han citado. Además, se podrían incluir, como ejemplos modernos y de situación política similar, la mirada que el cine ha tenido o tiene hacia Hiroshima y Nagasaki, de las que tenemos escasos testimonios cinematográficos, a Guantánamo (en referencia a la suspensión de libertades dentro de un estado democrático y occidental y no, por su puesto, en referencia al exterminio) Ruanda, etc.

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