martes, 30 de agosto de 2011

“LA PEDAGOGÍA DE ORTEGA Y GASSET” Y “VIRTUDES Y VICIOS DE LA PROFESIÓN DOCENTE” por Manuel García Morente.


Estos dos artículos fueron publicados por García Morente en Revista de Pedagogía, concretamente “La pedagogía de Ortega y Gasset”, en Revista de Pedagogía (Madrid), núms. II-III, 1922, págs. 41-47 y 95-101 y “Virtudes y vicios de la profesión docente, en  Revista de Pedagogía 169 (1936)  y recuperados posteriormente por Ángel Casado y Juana Sánchez-Gey en Filósofos españoles en Revista de Pedagogía (1922-1936), Tenerife, Ed. Idea, 2007,  donde se recogen los estudios que grandes pensadores españoles publicaron en esta revista.

El primer artículo trata de desentrañar el valor pedagógico de El Espectador, desmarcándose de la pedagogía al uso. Distingue en la pedagogía entre el ideal al que atiende la educación, su para qué, su fin y los medios para alcanzar esos fines, otorgándole un valor primordial a los fines sobre los medios. Sostiene que en toda época hay un ideal de hombre que está a la base de la pedagogía y que el modelo que se da en su época (y que ahora perdura y recobra fuerza), influido por Rousseau, es de la educación para producir hombres y ciudadanos, siendo un modelo eticista que funciona en todas las democracias y que acaba dando prioridad a la forma sobre el contenido, al cauce sobre el río. Sin embargo, la pedagogía que defiende Ortega y Gasset es aquella que incorpora el “torrente dinámico” que se origina en las formas de vida, es decir, la que incorpora la vida y todo lo que la circunda al proceso educativo. En definitiva, la novedad que Ortega aporta a la pedagogía es la incorporación del valor vital como potencialidad creadora. Ese valor vital que ensalza el lado positivo de las reacciones sentimentales hace que la pedagogía intensifique la niñez del niño potenciando su infantilismo. García Morente señala cuatro aspectos fundamentales que hacen de la pedagogía orteguiana una pedagogía novedosa y a tener en cuenta. En primer lugar, debe potenciar ser lo que se es, es decir, desarrollar la potencialidad futura en el presente. En segundo lugar, debe abarcar al conjunto de fuerzas que producen los productos históricos, es decir, aprender el presente para poder proyectarse desde el presente al futuro lo antes posible. En tercer lugar, debe propiciar mantener dentro del adulto civilizado al niño que propicia la inquietud, la ilusión  y la querencia. En cuarto y último lugar, debe tender a la perfección pues ser lo que se es voluntariamente, es ser plenamente perfecto.
El segundo artículo se centra en la figura del profesor y señala sus tres virtudes acompañadas por su correspondiente vicio. Como virtudes señala, en primer lugar, la sabiduría, imprescindible para transmitir conocimiento, aplicada siempre en su justa medida y consistente en un saber pensado. En segundo lugar, señala abnegación que supone renunciar tanto a la vida privada como al anhelo de recompensa social, igualando esta profesión al sacerdocio, pues implica la vida entera del docente por tener como objeto de su trabajo a otros sujetos, lo que exige ejemplaridad en su comportamiento en todos los ámbitos de la vida. En tercer lugar, señala la dedicación hacia sus educandos que no será correspondida jamás con la misma intensidad, pues el profesor siempre dará más de lo que recibirá en su relación personal. Si no se desarrollan estas virtudes se caerá en los vicios que las acompañan. Así, a la sabiduría le corresponde la pedantería cuando o no se sabe bien lo que se enseña o se pretende enseñar más de lo que se debe; a la abnegación le corresponde el vicio del utopismo o querer cambiar el mundo desde las aulas, labor a la que debe renunciar aquel que quiera ser un buen maestro; a la dedicación le corresponde el vicio del resentimiento, provocado por la insatisfacción y la frustración que provoca recibir mucho menos de lo invertido.

Con estos artículos podemos reflexionar sobre dos aspectos fundamentales en la enseñanza. Por un lado, la necesidad de componer una pedagogía que tenga en cuenta la vida a la que va destinada, que mantenga vivo el anhelo por aprender y haga presente el futuro. La pedagogía se debe amoldar al alumno y no el alumno a la pedagogía, no sea que nos ocurra lo que a Apolodoro (¡Pobre conejillo!), que seamos inhabilitados para desarrollarnos como personas y para la misma vida. Por otro lado, García Morente pone el dedo en la yaga al señalar cuál ha de ser el perfil del maestro, para que nadie se lleve a engaños y a posteriores frustraciones. Aunque la descripción eclesiástica del maestro puede parecer exagerada, casi mística, conviene reflexionar sobre las advertencias  en cuanto a lo omniabarcante de su conducta o la facilidad en la que puede surgir el resentimiento.

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