Aunque debiera
ser un debate superado, como el debate de si predomina la razón o el
sentimiento, o el de la mente o el cuerpo, etc., volvemos una y otra vez, en un
eterno retorno de lo mismo, a tener que justificar la presencia de las
humanidades en los sistemas educativos. El debate, muy simplista en su origen,
supone que hay una diferencia radical entre las disciplinas del campo de las
humanidades y las del campo de las ciencias, tanto en su forma de estudio como
en su relevancia social, concediendo mayor importancia a las ciencias, claro
está, que a las humanidades. El debate es simplista porque está fundamentado en
un error categorial, a saber, que la interpretación del mundo sólo admite una
vía, que a la verdad sólo se llega a través de las ciencias, e incluso, que
la verdad es una y es inmutable.
Sin embargo,
desde aquí defendemos que la cosa no es tan sencilla. Ciencia y humanidades no
son tan separables como nos quieren hacer creer. La realidad permite que nos
acerquemos a ella de muchas formas diferentes, poniendo la mirada en aspectos
particulares. Como decía Aristóteles, el ser se dice de muchas formas. Ante un
paisaje, supongamos las maravillosas vistas que se pueden disfrutar desde “La
bola del mundo” en Navacerrada, un geógrafo pondrá su atención en las
formaciones montañosas, en la meseta que se divisa; un geólogo tendrá su
atención en el tipo de roca que encuentra, en el proceso de formación de las
montañas, en la tectónica de placas, etc.; un botánico andará distraído
observando el tipo de plantas que allí se encuentran, escasas debido a la
altitud; el músico seguirá la armonía del viento, andante, moderato o alegro
según la intensidad con la que éste sople; el pintor verá una infinidad de
matices de color; el astrónomo determinará la estación del año por la posición
del sol o de la luna, el meteorólogo estudiará la temperatura, la presión
atmosférica o la formación de las nubes que desde allí se divisan; el esquiador
analizará la calidad de la nieve, o se lamentará por su ausencia; el filósofo,
si de verdad lo es, es posible que experimente todas las situaciones descritas
y muchas más y todos ellos experimentarán un pequeño e inexplicable nudo en el
estómago mientras contemplan el paisaje. Todos ellos están mirando lo mismo
pero no están viendo lo mismo. Cuantas más miradas incorporemos a nuestro
aprendizaje, más veremos, mejores explicaciones encontraremos a lo que nos
rodea.
Si lo expuesto
anteriormente parece obvio, nos encontramos con un paulatino desprestigio del
valor de las humanidades clásicas en el sistema educativo actual, dando
preponderancia a los saberes prácticos que las ciencias nos aportan, bajo el
presupuesto de que los estudios han de ser útiles para la vida. Realmente, lo
que subyace a esta intención, no es más que la adecuación del sistema educativo
a la ley de la oferta y la demanda. Hay que recordar que el sistema educativo,
tal como hoy lo conocemos, tiene su origen a finales del siglo XVIII y se
desarrolla durante el siglo XIX, alcanzando su apogeo en el XX y lo que
llevamos de XXI. Está fundamentado en el pensamiento roussoniano, aunque
esconde, como el paisaje de más arriba, sus diferentes interpretaciones. La que
aquí defendemos es la de que el origen del sistema educativo va de la mano de tres
aspectos fundamentales: la fundación de los estados-nación que necesitan armar
un discurso que justifique la creación de dichos estados para que llegue a toda
la población que lo compone; la expansión del sistema capitalista de
producción, que necesita cualificar a sus futuros empleados para que puedan
llevar a cabo los trabajos que redunden en el beneficio de los oligarcas del
momento, haciendo de la propia escuela una factoría más, una producción en cadena
de mano de obra dócil y eficiente; la democracia liberal como forma de gobierno, que
necesita la transformación del súbdito en ciudadano, sujeto conocedor de sus
propios derechos y deberes.
Según cada
momento histórico, las humanidades han ocupado un lugar u otro en los sistemas
educativos. A medida que se ha ido desarrollando el capitalismo ha sido
necesarios especializar los saberes, dando mayor importancia a los saberes
científico-técnicos frente a los humanísticos, ya que el sistema necesita o
bien mano de obra especializada en el desarrollo de actividades cualificadas
concretas para el continuo progreso y un aumento paulatino del beneficio (el
extrañamente llamado crecimiento, imprescindible para el mantenimiento del
modelo económico) o bien de mano de obra no cualificada que ejecute
mecánicamente los trabajos que no han podido ser supeditados a la máquina. Por
ello, se ha ido prescindiendo de todo el armazón que las humanidades
proporcionan a las mentes humanas, despojándolas de la capacidad crítica para
convertirse en un utensilio más, en un recurso más. Las humanidades hablan de
la persona como agente del conocimiento, implican todos los aspectos de esos
conocimiento. Al igual que Newton era considerado un filósofo natural en lugar
de un científico o Descartes no era considerado matemático sino filósofo,
reivindicamos un modelo donde las parcelas de conocimiento no estén en
compartimientos estanco sino interrelacionadas, donde las posiciones
interesadamente enfrentadas, humanidades vs ciencias, se reconcilien y firmen
un acuerdo de mutua colaboración. Si esto se llega a producir, si se produce un
trabajo interdisciplinar, rápidamente veremos crecer jugosos frutos sobre
robustas raíces. Y esto solo es posible incluyendo una asignatura de Filosofía de la Ciencia obligatoria para todos los estudiantes de la ESO y Bachillerato.
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