Decía Jean Baudrillard, en una lectura muy recomendable para todos
aquellos que quieren pensar un poco en el basamento del mundo en el que
vivimos, que lo que impera en nuestros
tiempos es la simulación de la realidad,
el simulacro de la realidad: “La simulación [...]es la generación por los
modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal”[1] Ya no
hay una realidad a la que se puede acercar el científico o el pensador para
tratar de saber lo que hay sino que el trabajo de campo se debe hacer sobre lo
hiperreal, suplantador de lo real. Baudrillard entiende lo hiperreal como los
signos de lo real o aquello que precede a lo real. Estos signos son los que se
pueden manipular, entremezclar y se construyen como realidad. Es la realidad
producida que se consume como cualquier otro producto fabricado. Y en eso
consiste el simulacro, en hacer pasar por real lo hiperreal. Para que esta producción pueda ser llevada a cabo, es
necesario que exista un productor. Baudrillard señala a los medios de
comunicación como los verdaderos artífices de la fabricación de “realidades”.
Los “mass-media” son los que ponen en situación a la masa para consumir
determinadas realidades fabricadas. Así, la masa “adquiere”, como si del coche,
la casa o de un champú se tratara, la realidad que más le conviene, le interesa
o le convence, de modo que sobre esa “realidad adquirida” construye su
ideología y su modo de vida, su modo de aproximarse a lo hiperreal que
considera real. En esto consiste el simulacro que da título a la obra.
El cine, aunque lo intente ocultar en la oscuridad de la sala, tiene algo
de esto. Es simulacro porque llega a construir relatos tan bien elaborados,
donde se entrelaza lo visual y lo sonoro, donde se apela a la afectividad del
espectador (el que asiste al espectáculo), consiguiendo despertar emociones de
amor, ira o tristeza, por decir algunas. Es simulacro porque sabe que el
espectador llegará a empaparse (si la película es lo suficientemente aceptable)
de las vivencias de los personajes hasta el punto de hacerlas propias (quien no
llega a tener sentimientos contradictorios con Juan (Luis Tosar) de Te doy mis
ojos[2], o
entender las motivaciones para la masacre de William Munny (Clint Eastwood) en Sin perdón[3], o
sentir la congoja y el desasosiego de los alumnos del Instituto de Columbine
con el visionado de Elephant[4]. Es
simulacro porque ¡parece tan real en algunas ocasiones!.
Y sin embargo, es un relato más. Un producto guiado por un interés
económico, social, político, de denuncia o de entretenimiento sin pretensiones
(además de las económicas, se entiende). Pero es un relato de lo real o sobre
lo real, fuente de diferentes perspectivas cuya suma, como pretendía Ortega, implica
el conocimiento. El cine ayuda a comprender la realidad con sus ejemplos y
contraejemplos, ya que tiene la capacidad
de encuadrar aspectos concretos de la realidad que de otro modo podrían
pasarnos desapercibidos. El cine, como arte, tiene capacidad de despertar los
resortes del raciocinio y de la crítica en el que no se conforma. El cine nos
plantea discernir la diferencia entre
realidad y ficción a través de esa realidad producida. El cine nos invita a
reflexionar filosóficamente sobre estos aspectos y en nuestra mano e interés
está aceptar o no esa invitación y desarrollar las capacidades descritas.
Por estas razones, entre otras, el cine es una herramienta útil en el
aula, para hacer descender a la
filosofía del ámbito de lo puramente abstracto, solamente entendible por unos
pocos “privilegiados” y llevarlo al terreno de lo cotidiano, de la vida de cada
cual, para que el alumno interiorice el motivo por el cual surgen las
problemáticas que los filósofos desarrollan, de modo que desde ahí se pueda ir
ascendiendo, gradualmente, en la complejidad de las respuestas, propiciando una base firme que permita reconstruir el
pensamiento de cada uno de los autores.
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