La
idea principal de la que podríamos partir son estas líneas que Ortega y Gasset
dedica al estudiar en su artículo titulado “La falsedad del estudiar”,
sosteniendo que es necesario…reformar
profundamente ese hacer humano que es el estudiar y, consecuentemente, el ser
del estudiante. Para esto es preciso volver del revés la enseñanza y decir:
enseñar no es, primaria y fundamentalmente, sino enseñar la necesidad de una
ciencia, y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al
estudiante. Desde esta idea, podemos preguntarnos por la necesidad que
siente el propio alumno a la hora de encarar el estudio de cualquier materia en
general y de la filosofía en particular. La esencia de ser estudiante es
interesarse por algo que no le interesa. Siguiendo a Ortega, abogaremos por
enseñar la necesidad de una ciencia, la filosofía, para que esta necesidad se
convierta en algo interno del estudiante. Encontrar los ejemplos prácticos para
activar esa necesidad en los estudiantes ayudaría a poner de relieve la
importancia que la filosofía tiene en el conocimiento de lo que nos rodea. Una
de las funciones de la filosofía es analizar todos los fenómenos mirando hacia
el exterior de nosotros mismos. Otra función es la de analizar nuestro
interior, un mirar hacia adentro que nos lleve a la comprensión de cómo nos
relacionamos con las cosas circundantes y cómo éstas se relacionan con
nosotros. En este deambular de la mirada, de lo externo a lo interno para
dirigirse otra vez hacia afuera, está la base de cualquier actitud filosófica.
Y esto es algo que se puede enseñar a través de la filosofía, mirando hacia lo exterior
para poder sacar conclusiones que nos guíen a lo largo de toda la vida.
Una de
las cosas externas a la que podemos dirigir la mirada es a la producción
artística en general, pues es el resultado del intelecto humano fuertemente
arraigado en la cultura a la que cada cual pertenece. Es bastante común que los
filósofos de más renombre hayan recurrido a imágenes relacionadas con lo
artístico para poder explicar y poner en común lo más complejo de sus teorías.
Así, algunos, como Platón, se han servido de los relatos míticos para apoyar o
rechazar algunos supuestos principios que habían sido considerados como tales
por el resto de sus congéneres, sin preguntarse hasta las últimas consecuencias
por la verdad que estaba a la base de esos principios. De este modo, se ha
podido enjuiciar críticamente numerosos aspectos de la realidad de cada época
para poner de manifiesto las verdaderas intenciones que había detrás de normas
de comportamiento que se consideraban inamovibles, es decir, reflexionar sobre
el modo en el que se nos presentan las cosas, sin dar por definitivamente
buenas todas las explicaciones que sobre ese presentarse se han dado hasta el
momento en el que se aborda la cuestión. Se trata de un salir hacia afuera de
las explicaciones convencionales para poder reflexionar sobre su fundamento.
Por decirlo con un lenguaje más clásico, salir del mito para entrar en el logos. Como llevar a cabo esta labor
puede convertirse en algo muy complejo, pues para hacerlo necesitamos abstraer
aquellos elementos de la realidad tangible para operar con ellos, intentando
descontaminarlos de toda la carga ideológica que puedan contener, se hace
necesario recurrir a ejemplos más livianos para poder hacer inteligible lo que
habíamos alejado de la cotidianeidad.
La
literatura ha servido para dar ejemplo de estos pensamientos abstractos de
manera mucho más digerible para el público no especializado que el puro ensayo
filosófico. Hay que recordar que muchos filósofos no sólo han recurrido a
ejemplos literarios para hacer comprensibles sus teorías, sino que además han
escrito relatos o novelas donde se exponían casos prácticos, aunque
pertenecientes al campo de la ficción, de sus modelos de hombre, de sociedad,
de forma de relacionarse con lo que les rodea, etc. Un ejemplo de filósofo
preocupado por este tipo de proceder es el de Miguel de Unamuno que, además de
sus obras de contenido y forma puramente filosóficos, ha creado otro tipo de
relatos novelescos (nivolescos) donde quedaban ejemplificados sus propias
teorías, como el caso de su San Manuel Bueno, mártir, obra literaria que contiene gran parte de
lo expuesto teóricamente en Del sentimiento trágico de la vida o
en La agonía del cristianismo. El caso del pensamiento español es
especialmente significativo pues, a lo largo de nuestra historia, ha sido común
que la filosofía fuera de la mano de la literatura, debido, en gran parte, a la
falta de institucionalización de la filosofía en un mundo académico
universitario.. Nuestros filósofos han tenido que encontrar vías de expresión
más adecuadas para exponer sus teorías, sirviéndose de la ficción para que sus
personajes dijeran aquello que ellos no podían decir en foros académicos y
universitarios.
Con enormes
reminiscencias literarias, podemos encontrar una de esas artes que pueden
servir como vehículo para la transmisión no sólo de ideas filosóficas más o
menos abstractas, sino de actitudes filosóficas ante la vida. Este arte es el
cine. Puede llegar a todos los públicos independientemente de su condición
cultural o social y del grado de desarrollo de su cultura. El cine necesita de
la palabra hablada acompañado de imágenes para poder transmitir sus mensajes.
La imagen, esencia del cine, sirve para transportarnos a todos los mundos
posibles que el cineasta quiera inventar. Algunos filósofos, como Jean Paul
Sartre, han escrito, además de sus ensayos filosóficos (El ser y la nada)
y obras literarias (La nausea, El muro o La infancia de un
jefe), guiones de cine con el propósito de llevarlos a la gran pantalla (El
Engranaje), donde se desarrollan aspectos importantes de su filosofía como
la libertad, el poder y sus consecuencias. Con estos ejemplos, queremos poner
de manifiesto que el discurso filosófico no es un discurso cerrado y
encorsetado en unos estándares ensayísticos cargados de profundidad en unos
casos y de oscurantismo en la mayoría de ellos.
Desde
los primeros momentos de su existencia, el cine se ha utilizado para legitimar
el estado de cosas existente por parte de los que ostentaban el poder o para
intentar deslegitimar este estado de cosas por parte de los que pretendían
ostentarlo. Aunque no es la única manera de tratar el cine, este carácter
didáctico, capaz de lanzar mensajes y consolidarlos, ha sido un aspecto del
cine que no ha pasado inadvertido. A través de las películas se pueden crear
realidades que nos muestren las consecuencias de determinadas acciones,
consiguiendo que el espectador se posicione moralmente a favor o en contra de
lo que se le cuenta. Se puede crear modelos de sociedad o de ser humano que el
espectador adoptará o no, según sus intereses, su formación, su carácter, su
sistema de creencias, etc. El cine se convierte así en un creador de
realidades/ficciones, de imágenes de lo real, como si se tratara de la
mismísima caverna de Platón. La oscuridad de la sala o las apariencias de
realidad que son escrutadas por el espectador pueden hacernos ver estas
similitudes entre ambos elementos. Junto con la televisión, la radio e
internet, estos medios se están convirtiendo en los verdaderos educadores de
las sociedades, pues es a través de ellos por donde las sociedades reciben
la supuesta información que les aporta
el conocimiento del mundo. Analizando estos medios comprenderemos mejor nuestro
mundo.
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