Podemos
acercarnos a Baudrillard manteniendo que la realidad ya no es la que
era. Si Marx, supeditando todo el quehacer humano a la economía,
Nietzsche, entreviendo que el lenguaje determina todo lo que se pueda
pensar y decir sobre lo existente, o Freud, manifestando que todo
comportamiento humano está dirigido por el inconsciente, han sido
considerados los filósofos de la sospecha, Baudrillard pone su
empeño en denunciar que ya no podemos hablar de la realidad como
algo real, sino que la realidad se ha convertido en un desierto en el
que ya no hay nada. A este desvanecimiento de lo real han contribuido
tanto los grupos de poder o clase supuestamente dominante, como la
masa o clase supuestamente dominada. Lo que impera, según sostiene
Baudrillard, es la simulación de la realidad, el simulacro de la
realidad: “La simulación [...]es la generación por los modelos
de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal”1
Ya no hay una realidad a la que se puede acercar el científico o el
pensador para tratar de saber lo que hay sino que el trabajo de campo
se debe hacer sobre lo hiperreal, suplantador de lo real. Baudrillard
entiende lo hiperreal como los signos de lo real, aquello que precede
a lo real. Estos signos son los que se pueden manipular, entremezclar
y se construyen como realidad. Es la realidad producida que se
consume como cualquier otro producto fabricado. Y en eso consiste el
simulacro, en hacer pasar por real lo hiperreal.
Este
modo de proceder ha sido posible gracias al modelo de producción de
la sociedad de consumo, el capitalismo, que ha convertido en
mercancía todo lo existente, incluso a la propia realidad. Para que
esta producción pueda ser llevada a cabo, es necesario que exista un
productor. Baudrillard señala a los medios de comunicación como los
verdaderos artífices de la fabricación de “realidades”. Los
“mass-media” son los que ponen en situación a la masa para
consumir determinadas realidades fabricadas. Así, la masa
“adquiere”, como si del coche, la casa o de un champú se
tratara, la realidad que más le conviene, le interesa o le convence,
de modo que sobre esa “realidad” adquirida construye su ideología
y su modo de vida, su modo de aproximarse a lo hiperreal que
considera real.
El
mundo es conocido a través de lo que los medios de comunicación nos
cuentan. Para que el conocimiento quede fijado, son de inestimable
valor las imágenes televisivas. La televisión, las pantallas, son
imprescindibles para hacer llegar las imágenes de lo real. Si no lo
emite la televisión (o aparece en internet) no existe. Incluso, si lo que sucede puede ser
observado por el ojo del espectador, es preferible mirar a través de
la pantalla para constatar que lo que se está viendo está
sucediendo “realmente”. Así sucede, por ejemplo, en los grandes
conciertos de música o en los estadios de fútbol donde al acudir
miles de personas, se habilitan pantallas donde se amplía el
escenario o el terreno de juego para que veamos mejor lo que a simple
vista cuesta distinguir, de manera que se mira más a la pantalla que
al escenario o al terreno de juego. La pantalla se convierte en fiel
reflejo de la realidad, y su emisión en producto consumible. A
través de ella se controla qué es importante y qué no lo es, que
es digno de emitir y que es digno de omitir. La pantalla como símbolo
de control de la sociedad, como símbolo de la vigilancia ejercida
sobre la población (“miles de cámaras velan por su
seguridad” rezaba el eslogan de la red de metro de Madrid).
Como es método de vigilancia, también lo es del castigo. La I
Guerra del Golfo fue emitida en directo por la CNN, mostrándonos los
bombardeos selectivos sobre supuestos objetivos militares. Nos mostró
una guerra aséptica, sin sangre ni muerte visible para el espectador
que asiste al espectáculo de la guerra. Porque Occidente no se puede
permitir que la realidad de la guerra implica sufrimiento,
mutilaciones o matanzas. Es una política de cero muertos2,
porque la muerte no es buen artículo de consumo en una sociedad que
hace todo lo posible por negarla y por apartarla de la vida
cotidiana. En el simulacro de lo real no cabe la muerte real. Ésta
sólo es soportable a través de la pantalla.
De
este mismo método se han servido los que se dicen enemigos de
Occidente, aunque Baudrillard sostiene que viven en esa misma
hiperrealidad. Los atentados de las Torres Gemelas tienen el glamour
de lo espectacular, de lo televisivo. Fueron emitidos en “tiempo
real” o “en vivo” (live). Todo el planeta estuvo enterado del
atentado al mismo tiempo, pudo verlo en sus televisores y constatar
que era real. Según Baudrillard, casi lo menos importante fueron los
más de dos mil cuatrocientos muertos, sino que lo verdaderamente
importante fue la humillación televisada del enemigo. La repetición
de las imágenes de los aviones entrando en las Torres Gemelas desde
diversos ángulos es un ejemplo espectacular para mostrar el poder de
los terroristas de Al-Quaeda.
Con
esta visión, Baudrillard da una vuelta de tuerca a lo que Adorno y
Horkheimer habían tratado sobre la cultura de masas3
y que había sido ampliamente tratado por Guy Debord4
y su estudio sobre la sociedad de masas y el espectáculo. La
fetichización de la mercancía hace que la masa quiera poseerlas,
vinculando posesión y felicidad. Y no hay mejor forma que el
espectáculo para publicitar esa mercancía, aunque la mercancía sea
la realidad misma. Lo que propone de nuevo Baudrillard es que para
que se produzca esta situación hacen falta dos partes actoras, el
poder y la masa, siendo la masa tan responsable de la banalización
de la realidad como los medios de comunicación de masas. La masa se
deja seducir por los signos de lo real, participando del acto de la
seducción que los mass-media llevan a cabo. Sin sociedad de masas no
habría globalización de contenidos informativos y de
entretenimiento.
Baudrillard
sospecha de la realidad que vivimos en la época de lo virtual. No
hay una realidad única, sino infinitas realidades entretejidas, de
igual manera que no hay una verdad única, sino hechos verosímiles,
también entretejidos como nudos de las redes de pesca que van
atrapando todo lo que encuentran a su paso en el mar de la
globalización.
Aunque
ha sido ampliamente discutido por utilizar un lenguaje poético que
deja abierta la puerta a numerosas interpretaciones, la influencia y
la difusión de las obras de Baudrillard en todo el mundo ha sido, al
menos, sorprendente, teniendo en cuenta que los asuntos sobre los que
trataba estaban vinculados con la sociología y la filosofía.
Crítico y desesperanzado con la idea de progreso de la humanidad,
siempre supo que la sociedad no se encaminaba hacia ningún estadio
superior.
1
Baudrillard, J. Cultura y simulacro. Ed. Kairós.
Barcelona 2008. Página 9.
2
Baudrillard, J.- L’ esprit du terrorisme,
(El espíritu del terrorismo) Éditions
Galilée, Paris, 2002.
3
Horkheimer, M. y Adorno, T. W. -Dialéctica de la Ilustración.
Ed. Trotta, Madrid, 2006
4
Debord, G. -La sociedad del espectáculo. Ed
Pre-textos, Valencia, 2008