El silencio puede ser rasgado por diferentes sonidos, más o menos agudos,
más o menos graves. Pero también puede ser desgarrado por voces contrariadas
que, desde la lejanía, acaban llegando a nosotros como un grito, como el
alarido que la herida produce. El enigma
de la docilidad. Sobre la implicación de la Escuela en el exterminio global de
la disensión y la diferencia, escrito por Pedro García Olivo y publicado
por la editorial Virus (¡virus, qué gran nombre para una editorial!) en el año
2005, pertenece a este tipo de grito o alarido desesperado, sabedor de la
imposibilidad de su eco y, por eso, tremendamente necesario. Además, denuncia
cómo se puede manipular las conciencias desde un despotismo silencioso,
ausente, camuflado e impalpable que, a pesar de sus precauciones, deja escapar
un chirrido molesto y monocorde a modo de grito también. Tenemos, por tanto,
dos tipos de gritos: uno, el del desesperado que trata de hacerse oír a pesar
del silencio al que ha sido condenado; otro, el de la maquinaria que propugna
el silencio de las voces discordantes que, desgastada por su uso, deja escapar
el ruido de su propio mecanismo.
Puede parecer extraño reseñar un libro contra el sistema educativo en
general y contra la Escuela en
particular por parte de un profesor que pertenece a ese sistema educativo
puesto aquí en entredicho. Extraño es, sin duda, recurrir a la visión de un
profesor, que se declara antiprofesor, por alguien que realiza esas labores
docentes, pero el hombre está lleno de contradicciones que aquí no podemos si
quiera tocar tangencialmente. Sin embargo, me parece necesario incorporar este
tipo de visiones dentro de la formación de profesores para que se produzca una
verdadera formación dentro de este gremio. Cualquier alumno de
cualquier Facultad de Formación del Profesorado está acostumbrado a escuchar y
leer a los defensores del sistema educativo actual con sus análisis poco
profundos. La falta de profundidad estriba en que se discuten los asuntos
técnicos, los medios que se han de seguir para conseguir los objetivos marcados
por la ley educativa en vigor, las formas que deben adoptar las clases, etc. pero
no cuestionan los fines para los que se han destinado esos medios, no se
desvelan las verdaderas intenciones que encierran determinadas nomenclaturas
que la pedagogía ha venido construyendo a lo largo de los últimos años. Cuando
suenan voces que pretenden abordar estos temas, todos se tapan los oídos y
comienzan a remar con fuerza en dirección contraria a los cantos, sin ni
siquiera atarse al mástil para dejarse seducir por un instante por la belleza
de esas voces. Por escucharlas es por lo que se reseña este libro, atado al
mástil, aunque con los nudos cada vez menos prietos en cuerdas cada vez más
desgastadas, anticipando lo que seguro está por venir.
El enigma de la docilidad no
sólo cuestiona el sistema educativo o la Escuela que de él se deriva. Lo
rechaza denunciando sus verdaderos propósitos y lo responsabiliza a él y a los
ejecutores del cumplimiento de esos propósitos, los profesores, de convertir al
pretendido ciudadano libre, responsable y participativo en un dócil instrumento
que garantiza la perdurabilidad del sistema capitalista. Pedro García Olivo, en
poco más de 130 páginas, lleva a cabo un trabajo de acoso y derribo de una
Escuela al servicio del sistema económico occidental aportando un gran número
de argumentos a favor y en contra de sus propias tesis. Por sus páginas pasan
Habermas, Rorty, Taylor, Huntington, Rawls, Nietzsche, Adorno, Horkheimer,
Foucault, Adela Cortina o Ferrer y Guardia, entre otros. La cantidad de ideas
que discurren por este texto producen un efecto de mosaico respondiendo a la
intención fragmentaria del autor, dejando al lector que sea él quien muestre su
acuerdo o desacuerdo con las tesis mantenidas y con el uso de la argumentación.
Una invitación al disenso como denuncia hacia un mundo de consensos, una
invitación, en definitiva, al uso del juicio crítico que la pedagogía pretende
relanzar.
Para llevar a cabo esta invitación, García Olivo mantiene una serie de
ejes centrales que se superponen y que sirven para dar explicaciones
multicausales a problemas concretos. Podemos resumir estos ejes en cuatro tesis
fundamentales. En primer lugar, sostiene que la democracia actual, muy lejos de
su significado, se ha convertido en una especie de neofascismo o fascismo de
nuevo cuño. Estamos en una postdemocracia que se caracteriza por una pavorosa docilidad de las
poblaciones y por la progresiva
disolución de las diferencias de todo tipo (cultural, ideológica,
religiosa, racial, etc.) en mera diversidad.
En segundo lugar, este neofascismo se ha encargado de provocar una
despolitización de la ciudadanía hasta conseguir que le dé la espalda a la
democracia sin enfrentarse a ella (haciendo bueno el refrán de mostrar el
desprecio no haciendo aprecio) y
tolerándola con resignación como uno de los muchos males que tiene que
soportar. Además, este neofascismo ha conseguido invisibilizar los mecanismos
clásicos de coerción consiguiendo que cada ciudadano sea un policía de sí
mismo, un vigilante de sí y un castigador de sí.
En tercer lugar, señala que este modelo, además de implantado, está en su
fase terminal pues, estamos asistiendo a
los estertores del Capitalismo liberal, al lentísimo y definitivo colapso de un
sistema que, después de globalizarse, de mundializarse, ya no tendrá en rigor
nada que hacer y se entregará voluptuosamente a su propia destrucción.
Aunque no se concrete el momento en el que este final pueda llegar, García
Olivo considera que con la eliminación de la diferencia y la globalización, lo
único que va a ocurrir es que todos los excluidos del sistema, las tres cuartas
partes de la población mundial, sin nada que perder, arrumbaran el capitalismo.
En cuarto y último lugar,
señalaremos lo que realmente nos incumbe, el papel que García Olivo le asigna a
la Escuela. La considera responsable del exterminio
global de la disensión y de la diferencia y agente privilegiado de neofascistización de la sociedad. Además, las
supuestas reformas emprendidas por las diferentes corrientes pedagógicas, la
mayoría de ellas bajo la intención de un supuesto progresismo, que incluyen el
vanguardismo metodológico de los profesores, son toleradas y potenciadas por el
sistema para cubrir, para velar, las verdaderas intenciones totalitarias de
este fascismo encubierto.
Si mezclamos todos estos ingredientes, nos encontramos con una
descripción de la sociedad, la democrática occidental, que podría ser más o
menos así: Debido a su continua necesidad de expansión, de convertir en
consumidores a todos los ciudadanos (que doscientos años atrás habían
conseguido ese estatus, el de ciudadano, dejando de ser súbditos), el
capitalismo necesita exportar un modelo de hombre que concuerde con el sistema
económico. Esa expansión, colonización en toda regla, necesita extirpar la
diferencia y sustituirla por diversidad pues la propia diferencia encierra la
oposición al modelo que se pretende exportar. Para llevarla a cabo, es
necesario educar a los ciudadanos en ser seres dóciles, manejables, que dejen
actuar a los que ostentan el poder, que se dejen manipular y que sean capaces
de asumir como propios los discursos y la ideología que beneficia a los que
gobiernan, para asimilar así que deben actuar por el bien de la comunidad (bien
común o voluntad general lo han llamado algunos) y por el bien propio,
ejerciendo de policías de sí mismos para no contravenir las reglas que les han
sido impuestas de manera tan sutil. Este tipo de sociedades ya no necesitará de
mecanismos violentos de coerción sino que será el propio ciudadano el que se
controle a sí mismo asumiendo el kantiano imperativo del “Debes”. La forma de
conseguir esta conversión en el cerebro de estos nuevos ciudadanos
pertenecientes al nuevo orden mundial será convertir en obligatorio el paso por
la Escuela, donde se llevará a cabo una reprogramación mental y conductual que
garantice la perdurabilidad del sistema. La Escuela está concebida, según
García Olivo, para acabar con un problema de orden público que ve en el joven
un prisionero a tiempo parcial y que obliga a los padres, bajo la pena de la
retirada de la custodia, a enclaustrar a sus hijos en un lugar cerrado para
ideologizarlos y convertirlos en sujetos, en las dos acepciones del término,
útiles para sistema. En la Escuela, se produce la colonización interior del
individuo, toda vez que, a través de la colonización externa, se ha convertido
en dueño externo del mismo. En eso consiste la globalización, en la
configuración de un pensamiento único que nunca ponga en tela de juicio, que
nunca someta a crítica, el propio sistema capitalista. Para llevar a cabo tan
importante labor, necesita de una tropa de profesores, educadores mercenarios
pagados por el Estado, que controlen la asistencia de los alumnos y mantengan
el orden público, garantizándose un alto número de horas de “formación” a cargo
del Estado. Según García Olivo, la profesión de profesor es una de las más
indignas que una persona puede acometer, pues se presenta voluntario a ejercer
de moldeador de la adultez de los jóvenes con los que trabaja y a los que se
trabaja. Para convencer de que tan indigna tarea merece la pena ser llevada a
cabo, está la pedagogía, que justifica lo injustificable, lo adorna para que
sea consumible por parte de los futuros profesores y convierte en doctrina los
más viles intereses de la democracia capitalista o fascismo de nuevo cuño.
Incluso se llegan a proponer medidas innovadoras (como las que se les pedían a
los responsables de la Solución Final) para que el profesorado garantice la
eficacia de la reclusión de la niñez y la juventud. Entre estas medidas,
destaca la de la autoevaluación, para que sea el alumno, ejerciendo de policía
de sí mismo, el que se califique razonadamente, llegando a convencerle de que
se autosuspenda. Esto es lo que otros han denominado aprender a aprender, o lo
que es lo mismo, a censurarse, a reprimirse, a castigarse. Así, no se necesita
un aparato opresor que funcione, como en otros tiempos, al servicio del
sistema, sino que es el mismo sujeto el que ejerce esa labor tras haber
interiorizado la ideología que se esconde detrás de tantas supuestas buenas
intenciones.
Como vemos, el panorama que nos describe García Olivo es poco
esperanzador. Pero no se queda en la crítica que, como él mismo reconoce, nace
de un profundo odio hacia los poderosos, sino que propone como alternativa la
enseñanza por otras vías diferentes a la escuela, como son la familia, la
comunidad, las organizaciones culturales, etc. como ocurre en organizaciones
sociales alejadas del capitalismo. Estas vías garantizan el mantenimiento de la
diferencia de los pueblos y de los ciudadanos entre sí.
La denuncia que García Olivo lleva a cabo es implacable. Emerge una
ciudadanía compuesta por todo tipo de clases sociales y de diferentes niveles
culturales (académicos sería mejor decir) que como un bárbaro interior ha
cuestionado los postulados más flagrantemente falsos sobre los que se ha construido
el sistema democrático actual. Sin embargo, parece que mientras estos
movimientos sean marginales (estén en los márgenes y no lleguen a un mayor
número de gentes) el sistema podrá convivir con ellos y le servirá para
justificar que no es más que la manifestación de la diversidad de posturas que
el sistema tolera, sin considerarlos lo que en realidad son, lo más
absolutamente diferente a lo que ellos postulan.
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