Que los medios
de comunicación son un agente educativo parece estar, a estas alturas, fuera de
toda duda. A diferencia de la escuela, su función educativa no está dirigida
únicamente a los niños y adolescente
sino que se amplía al conjunto de la sociedad. Como señala Tedesco[1], sus
mensajes van dirigidos a todos los públicos sin hacer distinción de edad o
clase y la comprensión de los mismos presupone cierta socialización primaria y el manejo de unos códigos que
niños y adolescentes aún no son capaces de utilizar. De este modo, los medios
de comunicación que distribuyen sus mensajes a través de televisión, radio,
prensa escrita, Internet, etc., pero preferiblemente los que tienen a la imagen
como medio principal de difusión, se han venido convirtiendo, en los últimos
años, en agentes socializadores primarios ante la cada vez menor dedicación al
cuidado de sus hijos de las familias que eran las que principalmente, hasta
entonces, habían desempeñado esta tarea.
Los medios de
comunicación se convierten, según esta visión, en agentes socializadores y
educativos desde la más tierna infancia, creando un tipo de sujeto predispuesto
a aceptar todo lo que desde ellos se le ofrece como verdad cuando aún no posee
los mecanismos oportunos para llevar a cabo una labor de discriminación y selección
de la información. El mundo es conocido a través de lo que los medios de
comunicación nos cuentan. Para que el conocimiento quede fijado son de
inestimable valor las imágenes televisivas. La televisión, las pantallas, son
imprescindibles para hacer llegar las imágenes de lo real. Esto es lo que
Baudrillard[2] llamó hiperrealidad,
signos de lo real, aquello que precede a lo real. Estos signos son los que se
pueden manipular, entremezclar y se construyen como realidad. Es la realidad
producida que se consume como cualquier otro producto fabricado. Lo real
producido, como señaló Guy Debord[3], se
convierte en espectáculo. Por ello, los medios de comunicación se convierten en
vehículos excepcionales para la transmisión de aquellos mensajes que construyan
esos modelos de realidad a los que asociar unos valores determinados y unas
pautas de comportamiento concretas.
Además, hay
que señalar que los medios de comunicación están fuertemente introducidos en la
“industria educativa”, de donde obtienen grandes beneficios económicos, de ahí
su propio interés en constituirse en agentes educativos. Los grandes grupos
mediáticos se afanan en agregar a sus holdings editoriales productoras de
libros de texto escolares, fuente de ingresos poco despreciable (como el caso del
Grupo Santillana y Alfaguara, perteneciente a Sogecable). El interés de los
medios de comunicación por la educación es, en este sentido, doble: por un
lado, los medios, como creadores de opinión y de valores, pueden encauzar al
ciudadano hacia el consumo de determinada realidad producida que les produce
beneficios económicos; por otro lado, su condición de grupos empresariales con
volumen de negocio en diferentes campos de la economía hace que la educación no
sea un sector desaprovechable.
Ante esta situación,
sería bueno establecer algún criterio que permitiera discernir cuándo se
está haciendo un uso adecuado, tal como sostiene Tedesco, de los medios de
comunicación como agentes educativos y cuándo los medios de comunicación están,
simplemente, haciendo propaganda de aquello que les reporta beneficios. Lo
ideal sería que los medios asumieran su rol educativo aceptando su
responsabilidad en la sociedad ya que la educación compete a todos los ámbitos
sociales.
Pero lo ideal, casi siempre está reñido con lo real
(y no digamos con lo hiperreal). La televisión o Internet son, además de un medio de comunicación, un
medio de transmisión de valores, de construcción de modelos de conducta. Si
queremos que el sistema educativo se nutra de lo positivo que los medios de
comunicación tienen que aportar habrá que diseñar un modo de adecuación entre
ellos y la escuela para no tener que acabar aceptando, con Macluhan[4], que
cuanta más información haya que procesar menos se sabrá. Si no tenemos en
cuenta estos peligros, es posible que el propio sistema educativo acabe siendo
un mero medio de comunicación al servicio del mercado. La educación es cosa de
todos y los medios de comunicación deben asumir su responsabilidad para no
convertirse en agentes deseducadores.
[1] Tedesco, J. C. El nuevo
pacto educativo. Educación, competitividad y ciudadanía en la sociedad moderna.
Anaya, Madrid, 1995. Página 41 y siguientes
[2] Baudrillard, J. Cultura
y simulacro. Ed. Kairós. Barcelona 2008. Página 9.
[3] Debord, G. La sociedad
del espectáculo. Ed Pre-textos, Valencia, 2008
[4] Riviere, M. El
malentendido. Cómo nos educan los medios de comunicación. Icaria,
Barcelona, 2003. He trabajado el ejemplar que se encuentra en la red: http://books.google.es/books?id=2pBkraIgeBIC&pg=PA9&dq=el+segundo+poder+margarita+rivi%C3%A8re&hl=es&ei=uSCzS97XDqaK4gamlsHhAg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=2&ved=0CC8Q6AEwAQ#v=onepage&q&f=false
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