LA
SABIDURÍA DE SU-AN. ESCRITOS DE FILOSOFÍA.
Luis
Martínez de Velasco. Ápeiron Ediciones, 2019, Madrid
La
lectura del décimo octavo libro de Luis es, antes de empezar, un reto
intelectual. Nos tiene acostumbrados a analizar minuciosamente los entresijos
que entretejen los temas que aborda. Por ello, hay que pertrecharse con todo el
bagaje cultural y cognitivo que el lector posea para poder sobreponerse al
tsunami de conocimiento en el que su autor va a sumergirte. Leyéndolo, uno toma
conciencia de la ignorancia en la que vive y que solo puede paliarse
zambulléndose en las páginas maestras del maestro.
Nada
de lo que aquí se diga puede sustituir la lectura pausada de los seis capítulos
o artículos que componen el libro. Si de algo pueden servir estas líneas es
para invitar al lector a paladear cada una de sus páginas, a rumiarlas, a
pararse cada pocas líneas a reflexionar sobre lo leído, levantando la cabeza
para ver la exacta correspondencia entre el mundo que nos circunda y el
diagnóstico que el doctor Martínez de Velasco realiza para poder aplicar el
tratamiento, sin paliativos, que nos propone, nos exige más bien. Veamos en qué
consiste este excitante ejercicio de lucidez.
La
sabiduría de Su-an se compone de una Introducción y seis capítulos cuyos
títulos pueden despistar al lector que busque una secuenciación temática simple
y monocorde. Son:
1.
La
sabiduría de Su-an. Emociones y afectos en la construcción
de la inteligencia moral
2.
Para
leer a Kant. Una reconstrucción crítica.
3.
A
vueltas, una vez más, con Keynes. A propósito de un
artículo de Jürgen Donges
4.
El
declinar de Europa. Un análisis marxista
5.
¿Qué
hacer? (I) Cómo poner a salvo la democracia. Poder político y
sociedad civil.
6.
¿Qué
hacer? (II) Hacia una revolución del espíritu.
Posibilidades de transformación social en unos tiempos cínicos y vacíos.
Aunque
la temática pueda parecer muy dispar, (inteligencia moral con afectos y
emociones, economía keynesiana, Europa y su deambular errático, democracia,
sociedad y política o revolución del espíritu) la lectura conjunta nos da unas líneas maestras del pensamiento de Luis Martínez de Velasco en un entramado
fuertemente cohesionado a lo largo de toda la obra. Y la conclusión a la que
podemos llegar al final de sus páginas (empezamos, como ven, por donde acaba)
es la de que nos encontramos con un libro revolucionario, pues propone una
revolución sin revueltas callejeras sino neuronales, exigiendo al individuo-sujeto
de la revolución tres imperativos sobre los que guiar la conducta, la razón, la compasión y el conocimiento
o toma de conciencia ecológica que devuelva a la naturaleza el estatus “divino”
que jamás debió perder. Para ello, no sólo “Kant” es la última palabra que
aparece en el libro, ni únicamente es un capítulo más esa invitación a Kant que
es su Para leer a Kant, sino que toda
la filosofía práctica de este autor es recogida y actualizada para ponerla en
relación con el mundo capitalista de nuestros días que vierte la falsa creencia
de que es el mejor (y único) de los mundos posibles. Y para acabar con esa
falsa creencia, para llevarnos a ese proceso de aletheia o desocultamiento, para sacarnos a rastras de la caverna,
Luis nos exhorta a preguntarnos (como Sócrates) no por esta democracia, sino por la Democracia; no por esta Europa, sino por Europa; a
preguntarnos por la felicidad y no por la mera acumulación de bienes materiales
en la que se ha convertido el fin último (Aristóteles se removería en el Liceo)
del ciudadano productor-consumidor en el que se ha convertido el habitante de
las sociedades occidentales abducido por los cantos de sirena del pensamiento
liberal y capitalista. Luis se ata al mástil para escuchar todos esos cantos
(de los que da numerosos ejemplos en los capítulos que componen el libro) y
mostrarnos el vacío y el cinismo que los genera, inventados para amodorrar al
humano poco acostumbrado a usar la cabeza para otra cosa que, como nos
recordaba Antonio Machado, no sea embestir con virulencia.
El
libro empieza por donde termina, es decir, termina por donde empieza. La
sabiduría de Su-an consiste en la toma de conciencia de la necesidad de
ponerse en lugar del otro, de sentir, de asumir,
la compasión como un hacerse cargo
del otro para evitar o paliar su sufrimiento. Y para ello, nos presenta a esta
muchacha que, como el niño del que habla Nietzsche, es capaz de trascender
todos los valores para generar otros nuevos que aparquen el egoísmo infantil que
padecen casi todos los adultos. Si Sócrates nos advirtió de que la ética es la
culminación de la inteligencia, solo mediante la inteligencia moral de la que
Luis nos habla, podemos comprender el mundo bajo la categoría general de la
dignidad y la indignidad. En una época donde los postulados de Goleman se han
impuesto haciendo de la inteligencia emocional el leitmotive de nuestros tiempos, la reivindicación de la
inteligencia moral como culmen de todas esa diferentes inteligencias múltiples,
la única que verdaderamente podemos considerar inteligencia en sentido humano,
es sumamente esclarecedora. Esta inteligencia moral posee, además de esta
característica, otras cinco que aquí solo enumeramos y que aparecen ampliamente
desarrolladas en el capítulo. Abstenerse de hacer daño a ningún ser vivo, la
universalidad de sus principios (como en Sócrates/Platón o en Kant), su
motivación desinteresada, su actitud crítica con el poder establecido y su
carácter de donante de sentido para la vida humana, hacen de la inteligencia
moral la única inteligencia que puede ser considerada estrictamente como tal y
lleve, a quien la alcance, al escalón más alto, al superhombre como aquel que ha
sido capaz de superar su miopía en aras del bien de la humanidad.
Para
leer a Kant es una reflexión crítica sobre los
propios textos de Kant. Hace comprensible lo que para este autor era la
necesidad más perentoria del ser humano derivado de la Ilustración, esto es, su
emancipación y su autonomía. El análisis de los tres
niveles críticos o el desglose de las siete etapas de la reflexión materialista
que realiza, depurando a Kant en un ejercicio hermenéutico francamente
admirable, nos llevan a comprender la interrelación entre el problema de la
verdad y el problema de la virtud, (problemas que en él son trascendentales y
que solo pueden resolverse de manera crítica), donde se da un tipo humano
humilde sin humillación con una ilusión sin ilusoriedad.
En
A
vueltas, una vez más, con Keynes, analiza cómo sigue siendo
imprescindible un intervencionismo por parte del Estado en la economía
capitalista, a pesar de las voces en contra que han surgido por parte de los
defensores del liberalismo económico que sostienen que el Estado debe reducirse a la mínima expresión. Resumiendo todo lo que en este artículo se detalla (y
que el lector curioso no debe dejar de paladear minuciosamente), esto es así
por tres poderosas razones: la iniciativa privada no hará nada por desarrollar
políticas sociales si no hay un beneficio esperando (recordemos la acción
desinteresado que defendía Kant como única acción moral); que el Estado debe
funcionar como cordón sanitario que salvaguarde las políticas sociales de los
vaivenes del mercado; y que el Estado debe ser el elemento decisivo para el
desarrollo de las políticas del mercado y no a la inversa como actualmente
ocurre.
En
El
declinar de Europa, además de realizar un análisis filosófico sobre qué
es Europa, esta Europa que ahora vivimos, se embarca en una travesía llena de
obstáculos de toda índole para desentrañar qué debe ser Europa atendiendo a la
interrelación que se da entre capitalismo, democracia y derechos humanos,
poniendo en entredicho que sea el mercado el que debe primar en la toma de
decisiones sobre las políticas a llevar a cabo y fijando el foco en los
derechos humanos como garantes de que exista alguna posibilidad de que Europa
siga existiendo. Y esta garantía solo es posible si, como Martínez de Velasco
señala, Europa deja de mirar su propio ombligo y amplía su ámbito de acción
ejecutando un nuevo y distinto plan Marshall para África que devuelva una
pequeña parte de todo lo robado después de siglos de colonialismo. Y esto hay
que hacerlo no por astuto interés sino por exigencia moral con los pueblos
esquilmados.
En
¿Qué
hacer? (I), Martínez de Velasco se propone, nada más y nada menos, que
poner a salvo la democracia. Muestras de que está en peligro, si no está ya
agonizante, es que muchas veces aceptamos como democracia lo que no son más que
dictaduras encubiertas. A través de Foucault, analiza el Estado actual como una
máquina de troquelar individuos que sean sumisos y dóciles, donde el sistema
parlamentario está más al servicio de los grandes capitales y poderes reales
que al provecho de los ciudadanos, donde la justicia es codificada en códigos
para quedar fijada formalmente e inoperante factualmente. Y como la democracia
pertenece a los ciudadanos, éstos no deben olvidar que mantenerla y mejorarla es un quehacer irrenunciable que pasa por la puesta en cuestión de la deriva de
las “verdades” incuestionables (que el ciudadano debe cuestionar) recurriendo,
legítimamente, a la desobediencia civil cuando se atisbe el fraude de hacer
pasar por procesos democráticos algo que no es más que ideología al servicio de
los poderes económicos.
En
¿Qué hacer? (II), y a modo de cierre
del círculo que se inicia al comienzo del libro, nos invita a pensar la
revolución que pueda devolver al ciudadano el poder perdido. Podemos pensar
tres vías: violencia, supervivencia y reflexión. Como conclusión, Luis nos
propone una revolución espiritual o moral para cambiar las cosas, una
interiorización fundamentada en un auténtico compromiso moral arraigado en la razón, la compasión y el conocimiento
no ilusorio del mundo objetivo, como señalamos más arriba.
Nada
de lo dicho sustituye la lectura de estas páginas. En ellas, Luis Martínez de
Velasco, con la lucidez del loco machadiano que camina por la árida llanura,
entre álamos marchitos, vuelve a poner el foco en la necesidad de la vida ética
para aquél que quiera denominarse a sí mismo como ser humano, proponiendo la
revolución más grande jamás propuesta: que cada cual se ponga como tarea
ineludible convertirse en un hombre nuevo desarrollando hasta el límite de sus
fuerzas la inteligencia que nos hace humanos, la inteligencia moral.