miércoles, 3 de abril de 2013

A PROPÓSITO DE JOHN BERGER Y SUS "MODOS DE VER"


Con esta obra, nos encontramos con un modo dinámico, ejemplificador y globalizador de hacer una crítica de arte. Dinámico porque su lectura es fluida y divertida. Ejemplificador porque nos facilita una cantidad abundante de ejemplos gráficos para la comprensión de lo que nos dice. Y globalizador porque nos muestra que el arte, como la ciencia o cualquier otra disciplina que el hombre practique, no puede ser entendida si no se comprenden todos los factores sociales e ideológicos que los fomentan, avalan y comercializan. Y es que John Berger, junto con otros cuatro colaboradores, da ejemplo, con su modo de escribir  esta obra, del compromiso ideológico y político  al que llega cualquier autor al afrontar una obra. Su influencia marxista y su compromiso con esta influencia marca el desarrollo de su Modos de Ver. Porque lo que John Berger nos intenta hacer ver es que en la obra de arte, concretamente en la pintura, la fotografía, el cine y también en televisión, se nos cuenta un modo de ver el mundo tal y como las clases dirigentes pretenden que sea visto y como ellos mismos lo ven. Marx y Engels en su obra La ideología alemana lo expresan así: “Las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes. Es decir, la clase que constituye la fuerza material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza intelectual dominante. La clase que tiene los medios de producción material a su disposición tienen al mismo tiempo el control de los medios de producción mental, de modo que, hablando en general, las ideas de aquellos que carecen de los medios de producción mental están sujetos a ella. Las ideas dominantes no son más que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes”

            En función de este principio se desarrollan los siete ensayos de los que consta el libro. De los siete ensayos tres están compuestos de imágenes y cuatro de imágenes y texto. Cada uno de estos cuatro ensayos que contienen texto desarrolla una idea principal que pretende demostrar el principio del que se parte. Así, en el primer ensayo, Berger defiende que el modo de ver del artista influye de manera decisiva en el producto final, esto es, que el objeto resultante de la labor del artista lleva impresa la mirada de su autor. Todo aquello que el autor conoce y siente, todo aquello que, en definitiva, el autor ha vivido, impregna la obra de arte. Pero la influencia del artista (pintor) no sólo se deja notar en su obra (óleo) sino que también afecta al espectador de la obra artística. El espectador interpreta este modo de ver del pintor, cómo capta los objetos representados, porqué los representa de ese modo, porque representa a esos objetos o a esos personajes y no a otros. En la composición de una pintura, de una fotografía, de una película, no sólo influye la habilidad técnica del artista, cómo maneje la paleta o la cámara, sino que influye su posición social, su dependencia de quien paga o encarga la obra, a quién va dirigida, a quién no va dirigida. Esto es lo que podríamos llamar la intención con la que el artista enfoca la obra de arte a la que va a destinar su tiempo y su trabajo. También es consciente de que el arte se cotiza, da fama y prestigio, es objeto de mercado. Es el artista el que organiza su escala de valores en función de aquello que pretende conseguir. Por ello, ese modo de ver del artista no es más que, con sus matices, el modo de ver de la sociedad a la que pertenece, de la que forma parte y la que le condiciona. De esta manera, encontramos una visión de los objetos del arte muy determinada, común a lo largo de la historia. La visión de la mujer, como Venus con y sin ropa, como símbolo de pureza y de tentación, de picardía, de lujuria, de maldad o de su causa ha sido común a los últimos siglos de la Historia del Arte. Lo que de la mujer se dice en la pintura o en la fotografía es el fiel reflejo de lo que la mujer simboliza en la sociedad. Incluso la mujer es educada para ser Actor y Espectador de sí misma. Se sabe observada mientras actúa, por lo que condiciona su actuación para que esta se adecue a lo que se espera de ella. En un mundo patriarcal la mujer sabe tener su lado femenino y conservar el masculino. La mujer se convierte en examinada femenina pero  examinante  masculina, porque al estar también influida por la sociedad en la que vive, saben que el espectador ideal es el varón, aquel para el que ha ido dirigido el arte desde siempre, aquel al que ha de agradar y adular. De este modo, en los últimos cinco siglos, se ha representado en las pinturas y en las fotografías a mujeres como un objeto más del arte que el hombre consume.
El ejemplo que Berger nos pone como arte que refleja la escala de poder es el de la pintura al óleo. Lo encuentra como el vehículo perfecto para mostrar la  jerarquía social desde el Renacimiento y durante toda la modernidad. En ella vemos representada aquello que el mecenas de la obra quiere que se represente, esto es, sus posesiones, ya sea de objetos que simbolizan viajes, conocimientos, o simplemente opulencia, ya sea de terrenos con sus mansiones, ya sea de animales, ya sea de obras de arte, etc. Este tipo de pinturas sirven para hacer inventario de lo que el terrateniente tiene, de aquello que da pedigrí a los de su clase. Este tipo de reflejo del  sistema social queda rebasado por la publicidad actual, que ya no sólo nos muestra aquello que una clase dirigente y adinerada tiene de facto sino que nos incita mediante unas técnicas visuales como la que se representa en la pintura al óleo, a estar insatisfechos a perpetuidad, basándose en un principio milenario que rige la conducta de los seres humanos, la envidia. La envidia de aquello que otros tienen y nosotros podríamos llegar a tener si lo compramos. La diferencia es que en la publicidad, nada sucede a tiempo real, sino que está situada siempre en el futuro. Nunca dejaremos de desear tener más y más cosas (atendiendo al principio de tanto tienes tanto vales) que simbolizarán la felicidad. Y además, poder elegir aquello que uno compra entre una amplia gama de productos similares contribuye a la sensación de vivir en libertad y democracia, donde democracia ya no tiene ningún significado político sino que no es más que otra marca publicitada. De ahí la enorme importancia de la publicidad para la política, ya que la demanda de los ciudadanos podrá ser creada a través de las mismas reglas que rigen el mercado. El individuo se ensueña con aquello que podría llegar a ser olvidando aquello que realmente es. 

martes, 2 de abril de 2013

La escuela y los medios de comunicación


Que los medios de comunicación son un agente educativo parece estar, a estas alturas, fuera de toda duda. A diferencia de la escuela, su función educativa no está dirigida únicamente a los niños  y adolescente sino que se amplía al conjunto de la sociedad. Como señala Tedesco[1], sus mensajes van dirigidos a todos los públicos sin hacer distinción de edad o clase y la comprensión de los mismos presupone cierta socialización  primaria y el manejo de unos códigos que niños y adolescentes aún no son capaces de utilizar. De este modo, los medios de comunicación que distribuyen sus mensajes a través de televisión, radio, prensa escrita, Internet, etc., pero preferiblemente los que tienen a la imagen como medio principal de difusión, se han venido convirtiendo, en los últimos años, en agentes socializadores primarios ante la cada vez menor dedicación al cuidado de sus hijos de las familias que eran las que principalmente, hasta entonces, habían desempeñado esta tarea.

Los medios de comunicación se convierten, según esta visión, en agentes socializadores y educativos desde la más tierna infancia, creando un tipo de sujeto predispuesto a aceptar todo lo que desde ellos se le ofrece como verdad cuando aún no posee los mecanismos oportunos para llevar a cabo una labor de discriminación y selección de la información. El mundo es conocido a través de lo que los medios de comunicación nos cuentan. Para que el conocimiento quede fijado son de inestimable valor las imágenes televisivas. La televisión, las pantallas, son imprescindibles para hacer llegar las imágenes de lo real. Esto es lo que Baudrillard[2] llamó hiperrealidad, signos de lo real, aquello que precede a lo real. Estos signos son los que se pueden manipular, entremezclar y se construyen como realidad. Es la realidad producida que se consume como cualquier otro producto fabricado. Lo real producido, como señaló Guy Debord[3], se convierte en espectáculo. Por ello, los medios de comunicación se convierten en vehículos excepcionales para la transmisión de aquellos mensajes que construyan esos modelos de realidad a los que asociar unos valores determinados y unas pautas de comportamiento concretas.

Además, hay que señalar que los medios de comunicación están fuertemente introducidos en la “industria educativa”, de donde obtienen grandes beneficios económicos, de ahí su propio interés en constituirse en agentes educativos. Los grandes grupos mediáticos se afanan en agregar a sus holdings editoriales productoras de libros de texto escolares, fuente de ingresos poco despreciable (como el caso del Grupo Santillana y Alfaguara, perteneciente a Sogecable). El interés de los medios de comunicación por la educación es, en este sentido, doble: por un lado, los medios, como creadores de opinión y de valores, pueden encauzar al ciudadano hacia el consumo de determinada realidad producida que les produce beneficios económicos; por otro lado, su condición de grupos empresariales con volumen de negocio en diferentes campos de la economía hace que la educación no sea un sector desaprovechable.

Ante esta situación,  sería bueno establecer algún criterio que permitiera discernir cuándo se está haciendo un uso adecuado, tal como sostiene Tedesco, de los medios de comunicación como agentes educativos y cuándo los medios de comunicación están, simplemente, haciendo propaganda de aquello que les reporta beneficios. Lo ideal sería que los medios asumieran su rol educativo aceptando su responsabilidad en la sociedad ya que la educación compete a todos los ámbitos sociales.          
Pero lo ideal, casi siempre está reñido con lo real (y no digamos con lo hiperreal). La televisión o Internet  son, además de un medio de comunicación, un medio de transmisión de valores, de construcción de modelos de conducta. Si queremos que el sistema educativo se nutra de lo positivo que los medios de comunicación tienen que aportar habrá que diseñar un modo de adecuación entre ellos y la escuela para no tener que acabar aceptando, con Macluhan[4], que cuanta más información haya que procesar menos se sabrá. Si no tenemos en cuenta estos peligros, es posible que el propio sistema educativo acabe siendo un mero medio de comunicación al servicio del mercado. La educación es cosa de todos y los medios de comunicación deben asumir su responsabilidad para no convertirse en agentes deseducadores.


[1] Tedesco, J. C. El nuevo pacto educativo. Educación, competitividad y ciudadanía en la sociedad moderna. Anaya, Madrid, 1995. Página 41 y siguientes
[2] Baudrillard, J. Cultura y simulacro. Ed. Kairós. Barcelona 2008. Página 9.
[3] Debord, G. La sociedad del espectáculo. Ed Pre-textos, Valencia, 2008
[4] Riviere, M. El malentendido. Cómo nos educan los medios de comunicación. Icaria, Barcelona, 2003. He trabajado el ejemplar que se encuentra en la red: http://books.google.es/books?id=2pBkraIgeBIC&pg=PA9&dq=el+segundo+poder+margarita+rivi%C3%A8re&hl=es&ei=uSCzS97XDqaK4gamlsHhAg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=2&ved=0CC8Q6AEwAQ#v=onepage&q&f=false

Marcuse: El hombre unidimensional y su vigencia

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